Junto a Cuento de Verano de Eric Rohmer y Una historia sencilla de David
Lynch, Fantasmas de Tánger inaugura el "otro" festival de cine
independiente: uno que seguirá abierto al público cotidiano en las salas de cine
porteñas. El documental de Edgardo Cozarinsky está entre lo más pulido y destacado de
la producción de este cineasta argentino que se radicó en París poco antes del debut de
la última dictadura militar. Antes de este estreno, ya se habían podido ver en el cine
Cosmos por lo menos cinco trabajos de este realizador, al que las salas comerciales
argentinas todavía le siguen dando la espalda.
Con films para TV como Doménico Scarlatti en
Sevilla (1990) o Boulevards del crepúsculo (1992), Cozarinsky ya había
demostrado su talento para la realización documental fuera de Francia. Pero Fantasmas
de Tánger es reconocido por el director como "una fractura en mi trabajo, tal
vez un comienzo". Un inicio, sí, que llega más de treinta años después de obras
como ... (rebautizado Puntos suspensivos para tranquilidad de críticos e
historiadores). Sólo un genio como el de Cozarinsky puede ser capaz de empezar de nuevo
luego de una filmografía tan vasta.
Dos historias se cruzan en el film, acercándolo al
género del docudrama: una es la de un marroquí para el que Tánger es la antesala de la
sociedad de consumo; la otra es la de un escritor saturado de "civilización
occidental", que busca en esa ciudad el romanticismo y la pureza de un mundo
radicalmente distinto al que lo vio crecer. Ambos deambulan por la ciudad sin cruzarse
nunca: no sólo pertenecen a lugares distintos sino que parece mediar entre ellos un
abismo temporal, como el que separaba al humano y al marciano en aquel cuento de Ray
Bradbury incluido en las Crónicas Marcianas.
Ese acercamiento asintótico entre dos formas de ver
el mundo sólo puede ser zanjado por el arte (como en la "ficción" de este
film, cargada de improvisaciones; como en las narraciones de Paul Bowles o de William
Burroughs), por lógicas ajenas a las que manejamos en la vida cotidiana... o a través
del submundo del comercio de las drogas y el sexo. Tánger había sido un paraíso para
artistas, excéntricos y millonarios en busca de estimulantes ni tan caros ni tan
adulterados, y la prostitución (tanto femenina como masculina) siempre fue uno de sus
principales atractivos turísticos.
La mirada de Cozarinsky frente a la cultura burguesa
occidental es la de un "francotirador". Que llega al alegato a través de un
discurso personal, en el que se combinan lo documental y lo artístico con una elegancia
singular. No hay registros a respetar que no sean los que dicta la ética del creador, no
hay historias que merezcan ser contadas que no sean las de los marginales y las de los
artistas.
Proyectada en video con excelente imagen y sonido
llega esta, una de las principales piezas de una filmografía que hasta hoy estaba
restringida a los fanáticos capaces de soportar colas a las 10 de la mañana en el
Abasto, o a los pocos allegados que habían visto el film sin traducir en una secreta
función matinal de 1999, en la sala Lugones. La ocasión es buena para empezar a
descubrirla.
Máximo Eseverri
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