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FUCKLAND

Argentina, 2000


Dirigida por José Luis Marqués, con Fabián Stratas y Camilla Heaney.



Fuckland entronca con la mezcla de realidad y ficción –o con el juego de mentira-verdad– que hizo de The Blair Witch Project un fenómeno mundial. La historia transcurre íntegramente en las islas Malvinas, adonde un grupo de rodaje compuesto por siete personas se las arregló para filmarlo todo clandestinamente. Amén del director José Luis Marqués y sus colaboradores técnicos, este grupo incluía a los dos únicos actores –es decir, personajes conscientes– de la historia: Fabián Stratas y Camilla Heaney. Casi todos los miembros del equipo se hicieron pasar por turistas, lo que les permitió obtener las 65 horas de video digital (formato miniDV) que luego fueron reducidas a los 84 minutos que dura la película. Como experimento es más que interesante.

Por otro lado, Fuckland empalma con el Dogma 95 de Thomas Vinterberg y Lars Von Trier. Es más, le fue concedido el "certificado oficial" que la sindica como la octava producción inscripta en los severos mandamientos de esta tendencia. Es poco serio: Fuckland, como casi todo el resto de los dogma films, burla muchos de esos mandamientos, empezando por el que prohíbe la utilización de música incidental, al que la visceral guitarra de Jimi Hendrix le hace pito catalán desde el comienzo mismo de la película. Pero qué importa. Al fin y al cabo, lo que importa es que la cámara nerviosa, generalmente empuñada por el protagonista (el 80% de lo que se ve fue grabado por el propio Stratas, que se revela como un buen camarógrafo para situaciones incómodas), la luz ambiente y el sonido directo imprimen ritmo y climas que se llevan bien, muy bien, con la naturaleza clandestina del proyecto. Que por lo demás, pese a haber involucrado a siete almas siempre hace aparecer a una, y solo una (el propio Stratas), como responsable de las imágenes y los sonidos obtenidos. Y más en general (y como Blair Witch), nos complica la tarea de distinguir a lo ficticio de lo que no lo es.

Las Malvinas son un personaje más. En segundo plano desfilan el hotel, el restorán, el boliche, los negocios, el hospital y, por supuesto, los isleños (kelpers) que comen de esas y otras instituciones súbditas –más o menos directamente– de la corona inglesa. Todas ellas son "reales" y aportan una cuota extra de interés documental.

Hasta aquí, las formas. O si me permiten, las formas-formas. Porque el argumento también es una forma, o por lo menos se imbrica indisolublemente con las formas en todo film que se precie. ¿Y qué pasa con el argumento? Pasa que Fabián Stratas, el protagonista-camarógrafo, llega a las Malvinas con un ambicioso plan: hacer el amor con una o varias kelpers para sembrar la semilla de futuros isleños que serán –o podrán ser– argentinos por opción. Una suerte de invasión sexual, pues, sería la que encabeza Fabián, como un adelantado (o algo así) que intenta predicar con el ejemplo. No es preciso apuntar lo absurdo de este plan. Lo que sí cabe señalar es que nunca, o casi nunca, la película deja de tomárselo en serio. Ahí lo vemos a Fabián, abocándose minuciosamente a concretarlo cual si se tratase de un emprendimiento militar (o empresarial), con sus correspondientes y prolijas fases: reconocimiento del terreno (léase: minitour por la ciudad, a la pesca de posibles candidatas), elección del objetivo (esa será Camilla), ofensiva final.

El hecho de que ni Fabián ni el film se tomen a la ligera semejante estrategia está en la base de todos los males de Fuckland. Lo primero que cae por la borda es el clima trabajosamente forjado por la "clandestinidad". Y claro: la "invasión sexual", en cuanto idea, es tan endeble que degrada el riesgo y la peligrosidad real de la presencia argentina en las islas. Uno llega a imaginar: ahora lo descubren, lo detienen, lo interrogan... ¡y lo sueltan por idiota! Pero no lo descubren. Lo que sobreviene, entonces, es la puesta en práctica de la iniciativa. A este respecto no corresponde develar detalles, pero sí puntualizar que la marcha del operativo da lugar a que Fabián ponga de manifiesto todos y cada uno de los rasgos del porteño-cancherito-adolescente en plan de levante. Pero Fabián tiene 33 años. Y su voz en off (otra patada al Dogma) da cuenta de lo irritantes que pueden resultar las muletillas de este arquetipo. Creyéndose muy vivo, Fabián compara a Camilla con una oveja a la que se va a recoger; le hace el verso muy convencido (y muy bien, tanto que la enamora), para cagarse de risa dos minutos después, en la soledad de su cuarto, buscando la complicidad del espectador, y etcétera.

Respecto de Camilla Heaney hay que decir dos cosas: que cumple con una excelente labor (tanto que no parece actriz, ni inglesa, sino otra kelper sorprendida en su buena fe), y que cabe agradecer, por tanto, que no haya sido verdaderamente humillada por el argentino. Sí lo fue, no obstante, como personaje de ficción, y esto no tiene perdón ni justificativo. Y digo más: por encima de la estrategia (o la "avanzada" que vendría a asumir Fabián), la conquista –y esencialmente la cogida– es presentada por el film como una suerte de venganza contra el colonialismo inglés. Una y otra vez, la cama que Fabián le hace a Camilla (muchacha tierna y pura, si las hay) está asociada con la recuperación de las Malvinas. El artilugio obviamente apunta a explotar en la taquilla lo más primario, y reaccionario, de los sentimientos malvinistas (o lo que queda de ellos). ¡Pero esto es tan infantil! Con recuperadores como éste, la reina Isabel puede seguir durmiendo de lo más tranquila.

Guillermo Ravaschino      

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