Nuevamente llega un film iraní sobre niños que recorren –y corren– las
calles de Teheran, para dar una lección de cine. Con guión de Abbas
Kiarostami, El globo blanco es la excelente opera prima de su
colaborador Jafar Panahi, quien dos años más tarde haría El espejo.
El suyo es un film sobre la fuerza del deseo, y demuestra la tesis que
postula que nadie goza con lo que tiene, ya que lo mejor es lo que no se
tiene.
Como en su obra ulterior, las primeras escenas de El globo blanco
son la célula que contiene en síntesis todo lo que veremos desarrollarse
después: en el día de Año Nuevo madre e hija recorren las calles del
barrio, se pierden, se reencuentran, apresurándose con los preparativos
para que su casa tenga todos los elementos que manda la tradición. Entre
ellos, una pecera con un pez, para la cual la niña quiere un animalito
hermoso que ha visto en el mercado, pues no le bastan los peces que tienen
en la fuente de su patio. La niña es una máquina deseante, y convence a la
madre y a su hermano para lograr su objetivo. Con el billete que le ha dado
su madre, Razieh sale a las calles, en un viaje que la introduce en el mundo
de los adultos. La niña es temeraria: transgrede la prohibición materna y
se acerca a los encantadores de serpientes, que le hacen pasar la primera
prueba, corre y pierde su dinero, y esta dificultad trae otros desafíos, el
dolor, la nueva pérdida, el pedido de ayuda, la colaboración de su
hermano, la búsqueda del billete... toda una gesta en miniatura.
Aida Mohammadkhani es una actriz
estupenda, dueña de un repertorio de gestos y expresiones de una elocuencia
asombrosa, y de una determinación inquebrantable. Es notable el episodio en
que se le acerca un soldado, y la niña sin decir una palabra lo evita,
intenta ocultar el billete, elude la conversación con él, y después
dialoga, discute, habla sobre lo correcto e incorrecto, se hacen amigos y lo
despide con tristeza. Está narrado desde el punto de vista de la pequeña,
cuya expresividad y tesón hacen que su esfuerzo sea también el nuestro.
Permanentemente se transmite el suspenso, la sensación de peligro y
aventura: se siente el temor a los mayores, al padre autoritario e
invisible, la dificultad por recuperar el dinero, su urgencia por volver a
casa. El film transcurre casi en tiempo real:
una voz en la radio informa periódicamente los minutos faltantes para el
Año Nuevo. El flujo del tiempo llena cada plano y el film todo habla del
tiempo en forma de un hecho.
En un sistema que impide hacer películas sobre violencia, sexo y
política, los iraníes han perfeccionado estas historias de niños,
aparentemente pequeñas, que les permiten hablar de temas universales: el
paso del tiempo, el corazón puesto en el deseo, la solidaridad, la realidad
social. Panahi lo hace con absoluta claridad intelectual.
Al final, en la calle, olvidado, queda el vendedor de globos que ayudó a
los hermanitos. Estos vuelven corriendo a casa, felices con su tesoro.
¿Cuánto durará esa felicidad? ¿Cuándo empezará el dolor por otra
carencia?