Todo empieza cuando Gloria (Sharon Stone) concluye una
temporada de tres años en prisión. Todavía no acabaron de pasar los títulos que abren
el film y ya se pueden intuir, no obstante, los mezquinos resultados de un producto que
fue concebido exclusivamente para el lucimiento de la diva protagónica. En efecto:
impecablemente peinada y maquillada, la Stone parece lista para zanjar sin escalas el
trayecto que va del calabozo a la ceremonia de entrega de los Oscar. Por cierto que no
irá allí, sino al departamento de Manhattan que le sirve de guarida a Kevin su ex
novio y al compacto grupo de matones que lo secundan. Nada volverá a ser como antes
entre Gloria y Kevin (Jeremy Northam, francamente desastroso). Ella estuvo presa por culpa
de él, y resistió estoicamente la tentación de delatarlo. El se quedó con el dinero de
ella y no fue a visitarla ni una sola vez a la cárcel. Esta información surge en medio
de gritos histéricos, mayormente propalados por Stone, que al cabo de un rato notará una
cara nueva entre sus antiguos compañeros de andanzas. Se trata de un chico al que tienen
de rehén. Moreno, asmático (¡y sin reserva de spray para atenuar la fatiga!),
Nicky es el único sobreviviente de una familia masacrada por el clan. ¿La causa? El
padre de Nicky poseía un disquete con suficientes datos como para condenar a Kevin y su
gente a cadena perpetua.
Sí, un disquete. Ya casi ni se usan en
computación hogareña. ¿Puede concebirse que la suerte de un mafioso penda, y dependa,
de un medio tan obsoleto? Si se tiene en cuenta que esta es la remake de un film de John
Cassavetes (Gloria, 1980), el asunto del disquete por lo absurdo
constituye la única novedad de peso respecto del original. Por lo demás, los primeros
diez minutos del relato son la triste y anunciada crónica de todo, absolutamente todo lo
que Gloria tiene para ofrecer. La hora y media que resta se limitará a
ilustrarlo: Gloria y Nicky se pondrán en fuga, ella que había declarado
"odiar" a los niños le tomará cada vez más cariño, y los mafiosos en
cuestión darán cuenta de toda la torpeza imaginable a la hora de perseguirlos. ¿Cómo
es posible que delincuentes tan estúpidos gocen de tan buen pasar y, encima, anden
sueltos? ¿Cómo puede ser que para huir, cosa que hace generalmente a pie, Gloria no use
zapatillas sino hiperseductores incomodísimos tacos altos? ¿Cómo hay
que tomar el hecho de que los mafiosos se conformen con recuperar el disquete,
cuando es obvio que cualquiera pudo haber sacado una y mil copias? Se podría proseguir
con este tipo de preguntas ad infinitum.
La respuesta, en cualquier caso, es una
sola: la Columbia Pictures Corporation, a la que le interesa poco el cine y mucho los
negocios, creyó que la presencia de Sharon Stone sería suficiente gancho para interesar
al público. Contrató a Sidney Lumet, acaso el más probado artesano de la
industria (esto es, un hombre que filma cualquier cosa por encargo con una mínima cuota
de prolijidad) para dirigirla. ¿Y la inteligencia del espectador? En este tipo de
operaciones, es un dato que suele quedar en el camino.
Guillermo Ravaschino
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