¿Película por momentos interesante a
partir de una ingenua premisa? ¿Simple y perturbadora metáfora del amor?
¿Reticente film sobre un logro personal? Si acompañamos a los publicistas,
afirmaremos con rubor que se trata de cine americano
"independiente" (¿de qué?) 2000, aplaudido por el melifluo
Robert Redford (en Sundance, el festival organizado por éste, la película
se llevó dos galardones: Gran Premio del Jurado y Mejor Dirección) y
producido por el gurú independiente John Sayles (cameo en el film;
interpreta a un profesor).
Una chica intenta dominar su violencia
practicando boxeo. La causa es su triste pasado: el padre golpeaba a la
madre, que terminó suicidándose. Diana, nuestra pugilista, se enamora de
un colega de guantes, Adrián. Es suficiente para que se imaginen el resto
de la trama, que llega a conmover sin manotear sentimentalismos (hay algo de
belleza en algunas escenas, especialmente en la segunda hora de
proyección).
Vamos a proponer la siguiente
metáfora: Girlfight es como una chica fea a la que sólo apreciamos
por su simpatía. Es que, en esencia, una película sobre una muchacha que
boxea (con la consiguiente sucesión de entrenamientos coronados por el
enfrentamiento final para poner a prueba a la heroína) es cualquier cosa menos
linda. ¿Qué hace, pues, que simpaticemos con ella?
Principalmente, la dirección de
actores. La escena del primer beso de la pareja protagónica fue
inteligentemente trabajada, muy verosímil. La actriz principal, Michelle
Rodríguez, está muy bien; interpreta a una chica de prepotencia creíble,
de gestos medidos. En cualquier caso, el mayor mérito es de Karyn Kusama,
la directora y guionista, que mueve los hilos de sus actores con maestría.
También simpatizamos con algunos
aspectos de la banda incidental y con los minúsculos –pero efectivos–
atrevimientos formales: los fuera de campo en el comienzo, esos fundidos a
negro que nunca llegan a oscurecer la pantalla del todo, las subjetivas de
los boxeadores al ser golpeados por sus oponentes (un flash blanco muy
efectivo). Y nos agrada que la boxeadora sepa ser femenina, sin caer en el
malentendido que señaló alguna vez el escritor inglés Chesterton, que
creía que el feminismo era paradójico: abría la puerta a que las mujeres
terminasen actuando como hombres.
Lo antipático del film, más allá
del planteo básico, es la alegoría de medio pelo que relaciona la vida con
el cuadrilátero ("la vida es una pelea constante", o algo por el
estilo, proponen los enamorados protagonistas) y, para este crítico
quisquilloso, la proposición de uno de los personajes, que no duda en
afirmar que el nombre Adrián no es apropiado para un hombre.
Adrián Fares
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