Martin es un fumador empedernido con un total desprecio por todo tipo de
autoridad existente. Rudy es un hipocondríaco taciturno, muy respetuoso
de las reglas hasta que se cruza (primero viajando en tren e
inmediatamente después internándose dentro del mismo hospital) con
Martin. Ambos son enfermos terminales de cáncer, pero en lugar de esperar
tranquilamente a la inexorable parca, estos pobres diablos deciden
aprovechar el tiempo de descuento. Como Rudy confiesa no haber visto
jamás el mar, un indignadísimo Martin lo convence de apropiarse del
primer vehículo utilizable y no frenar hasta poder apreciar las olas. De
lo contrario, no van a tener ningún tema de conversación cuando vayan al
cielo, porque todo es tan aburrido allá arriba que lo único interesante
por hacer es ponerse a hablar sobre la última vez que viste el océano.
Henk y Abdul son dos matones de
cuarta. Uno se la pasa contando chistes malisimos y el otro es tan
imbécil que jamás puede llegar a entenderlos. También podrían ser
definidos como un par de bolastristes, incapaces de manejar un
lujoso auto deportivo sin llevarse por delante a cuanto transeúnte se les
cruce.
¿Qué tienen en común Martin y
Rudy con Henk y Abdul? El hermoso Mercedes celeste que los desahuciados
muchachos tomaron prestado, aprovechando un descuido de estos patéticos
matones –vivos retratos de Samuel L. Jackson y John Travolta en Pulp
Fiction–, obra y gracia de Thomas Jahn, realizador cuya filmografía
previa y posterior a la película que nos convoca desconozco, pero que
demuestra a gritos ser alguien para tener muy en cuenta.
Hace ya bastante tiempo que notamos
cierta tendencia del cine francés (con Luc Besson a la cabeza) a
demostrar cuánto pueden competir con el cine de entretenimiento yanqui en
despliegue, ritmo y... aburrimiento. Esta modesta película alemana
ejemplifica cómo tomar una road movie, transformarla en comedia y
sazonarla con todos y cada uno de los tics del cine de acción
(debidamente caricaturizados hasta quedar expuestos como tics y
caprichosas casualidades argumentales) y con algunos elementos del cine
independiente. Logrando un entretenimiento pasajero y liviano,
permitiéndose desplegar alguna mínima idea poética, mucho buen humor y
sin derramar drama o violencia innecesaria. Concentrándose en lo mas
sencillo y efectivo, prescindiendo de golpes bajos o balaceras agotadoras
en las que nunca hay nada en juego.
Además, Knockin’ On Heaven’s
Door es una road movie que se dirige a un lugar concreto. No a
"vengarse por alguna causa justa", a "buscar el significado
de la vida", a "reencontrarse con el padre" o algún otro
cáliz sagrado. Van hacia el mar y punto. Todo lo demás son escalas
divertidas, peldaños hasta alcanzar las saladas aguas holandesas. ¿En
cuantas películas vieron a un par de enfermos terminales que nunca
lloran, vomitan sangre ni se autocompadecen constantemente? Sólo verán a
dos pobres diablos dispuestos a todo y, principalmente, dispuestos a
compartir un ligero regocijo. Lo que hace que hasta el dúo de matones
bolastristes deje de ser rápidamente una amenaza, para convertirse en una
patética reedición del gordo y el flaco con armas cargadas. Incluso,
Rutger Hauer tiene tiempo para mostrar su ya añejo rostro en un pequeño
papel intrascendente, que no aporta mucho, pero ayuda a dar la idea de
estar viendo una peli yanqui de bajo presupuesto. Eso sí, con un tempo
impresionante que no baja ni siquiera en los títulos finales cuando,
previsiblemente, suena ese temazo de Bob Dylan (compuesto originalmente
para otra película, la tremenda Pat Garrett & Billy The Kid
del furibundo Sam Peckinpah).
Y si faltaban ingredientes, también
se amontona un crisol de razas, con turcos, alemanes, húngaros y
franceses aportando su granito de arena a las aventuras camineras de
Martin y Rudy. Todos debidamente doblados al inglés para su distribución
internacional, un detalle ajeno al film, pero que involuntariamente ayuda
a darle cierto aire "Clase B" al conjunto.
Con una demora propia de otras
épocas –y luego de cosechar menciones, premios y diplomas en cuanto
festival internacional se haya presentado– llega esta película que de
tan simple, entretenida y poco pretenciosa, merece verse.
Gabriel Alvarez
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