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HABLE CON
ELLA
España,
2002 |
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Dirigida por Pedro Almodóvar, con Javier Cámara, Darío Grandinetti, Leonor Watling, Rosario Flores, Mariola Fuentes, Geraldine
Chaplin.
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Hay que ser muy benevolente para pasar por alto los abundantísimos
inconvenientes que suelen lastrar, como si de una marca de autor que en
Francia han encumbrado se tratara, las películas más conocidas del
español Pedro Almodóvar. Así ocurría con la oscarizada Todo sobre
mi madre (1999), paradigma del cine practicado por su director y
guionista, habitual batiburrillo de influencias mal digeridas y señas de
identidad propias provenientes de épocas pasadas. El resultado casi
siempre se refleja –sobre todo– en el guión, que aglutina tal
cantidad de acciones y personajes que se muestra incapaz de explicar por
sí solo la integridad de los giros dramáticos, de los caracteres, todo
lo que se intuye que el director desea narrar. La estética (la
parte más superficial si se quiere de la película) de un tiempo a esta
parte, y sobre todo gracias a la labor de excepcionales profesionales al
servicio del último gurú del cine ibérico, logra niveles de calidad a
la altura de las expectativas del propio Almodóvar que, si descabalga en
no pocas ocasiones, debe mirar a sus propias carencias como guionista para
encontrar una explicación.
En Hable con ella, de nuevo extraordinariamente bien recibida en
Europa e incluso en la delegación que el Viejo Continente ha abierto en
las capas más "cultivadas" de la cinefilia neoyorquina (allí
está su presencia estelar en el festival de esta ciudad), las carencias
del Almodóvar guionista quedan sorprendentemente atenuadas.
Concretamente, están reducidas a su mínima expresión. O lo que es lo
mismo: sólo se advierten atisbos de torpeza en el punto central del film,
un cortometraje de cine mudo que provoca una reacción en el protagonista
que termina marcando el resto del metraje. Escapa en gran medida a lo que
cabría esperar de un director –digamos– "realista". Sin
embargo, conocida la predilección por el exceso de Almodóvar y
conociendo además su reciente tendencia a elevar el tono de las
narraciones hacia un status lo suficientemente ennoblecido como
para agradar a la burguesía a la que atiende ahora –quién lo iba a
decir cuando rodaba Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón
(1980) o los cortos Dos putas, o historia que termina en boda
(1974) y Sexo va, sexo viene (1977)–, cabe más bien hablar de un
"hiperrealismo" que tiende a deformar la imagen de los
personajes hasta límites que se ajustan a una tendencia habitual en la
cultura española, desde Valle-Inclán hasta Buñuel, y cuyos
descendientes resultaron definitivamente iconoclastas –los menos–, y
patéticos los más.
En Hable con ella entonces, por ser una película de quien es,
no resulta tan chocante que una cantante (Rosario Flores) de orígenes tan
sentidamente apegados a una imagen autoparódica de los españoles (su
madre, Lola Flores, no sólo protagonizó un buen puñado de films
folklóricos en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, sino
que también fue representante de otra idea, la de la "cultura del
pelotazo", en plena transición democrática, cuando estuvo inmersa
en procesos penales por evasión de impuestos) encarne a otra idea for
export de la cultura española: el toreo. Del mismo modo, que una
cantante encarne a una torera que sufre una cornada que la deja en
coma, lo que la hace coincidir en el hospital con otra mujer también en
estado vegetativo (Leonor Watling, actriz que merece un reconocimiento
mayor que el que el incómodo papel ofrecido por Almodóvar le permite),
que el argentino Darío Grandinetti se la pase llorando (por la torera de
marras, entre muchas otras cuestiones) y que un enfermero (excepcional
Javier Cámara, actor habitual de farsas televisivas que ya había dado el
salto al cine con su mala aportación a Lucía y el sexo, de Julio
Medem) que parece una reencarnación bobalicona del Norman Bates de Psicosis
(Alfred Hitchcock, 1960) dé consejos excéntricos a diestra y siniestra
(que vienen a confirmar el propósito de intenciones que es su nombre:
Benigno) no dejan de conformar un panorama habitual para desplegar las
citas cinéfilas de un Almodóvar que, de un tiempo a esta parte, se
siente –al parecer– atraído por el Hitchcock de Vértigo
(1957). De hecho, en Hable con ella puede encontrarse una mirada
personal sobre aquella película.
Si, además, el director vuelve a rodearse de un equipo de
profesionales que se encuentran a la cabeza cada cual de su disciplina
(portentosa partitura la de Alberto Iglesias; espléndida fotografía la
de Javier Aguirresarobe) en la jibarizada industria cinematográfica
española, la sensación que suscita Hable con ella es que
Almodóvar se encuentra en el mejor punto de su vena creativa, asentado en
su imagen pública de rupturista (¿?), soportado por la mayoría y con la
sensación de que puede ser capaz de desarrollar sus proyectos de madurez
sobre las vías de un tipo de cine que no tiene referente en el mundo. Lo
que no significa necesariamente que se trate de la dirección hacia la que
el cine –como forma de expresión artística– debería encaminarse. En
cualquier caso, y centrándonos en Hable con ella, Almodóvar ya
consigue convencer, ya muestra las cartas de un director de cine mucho
más locuaz de lo que su caricaturesca verborrea pudiera indicar. Muy
agradable.
Rubén Corral
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