Vuelve el niño mago más famoso. Apenas un año después que su primera
      aventura fuera llevada al cine, Harry Potter (Daniel Radcliffe) encara su
      segundo desafío, ahora ya más crecido y con la voz más gruesa,
      acompañado por sus fieles amigos, el colorado Ron (Rupert Grint) y la traga
      Hermione (Emma Watson). La primera entrega, subtitulada La piedra
      filosofal, era más que nada una introducción a ese mundo de los
      magos que convivía en paralelo con el de los seres humanos (a quienes
      ellos llaman muggles) y que estaba poblado por fantásticos
      personajes y lugares. Había en verdad poco espacio para la diversión;
      sólo funcionaba como medio masivo para reclutar más fanáticos de la
      saga.
      En este segundo capítulo ya no hay necesidad de tantos preámbulos y
      el público puede sumergirse rápidamente en la aventura. Harry se topa
      con un elfo doméstico de nombre Dobby, una extraña pero muy divertida
      criatura que a toda costa intentará impedirle que vuelva a la Escuela
      Hogwarts de Hechicería y Magia. Muy pronto comprende por qué: una
      siniestra criatura está haciendo estragos y el pequeño mago descubre que
      todo está relacionado con el pasado más remoto de la Escuela, cuando uno
      de los fundadores del colegio, el mago Slytherin, creó una cámara
      secreta que guarda algo desconocido y, por cierto, bastante terrorífico.
      Mucho más no se puede revelar, excepto que, como siempre, Potter y sus
      amigos tendrán que volver al pasado para resolver el misterio.
      Hay que decir que Harry Potter y la cámara secreta supera con
      creces a su predecesora. No sólo porque ofrece más aventura y acción
      sino porque evidentemente todos los involucrados en el primer film que
      continúan en el segundo se muestran más cómodos en sus respectivos
      roles. El trío protagónico está mucho más suelto y los personajes
      secundarios como el rector Dumbledore (Richard Harris en su última
      aparición antes de morir), la profesora McGonagall (Maggie Smith) y el
      profesor Snape (Alan Rickman) van adquiriendo, ahora sí, una dimensión
      respetable. Pero las verdaderas revelaciones son dos personajes nuevos:
      Lucius Malfoy, el padre de Draco Malfoy, uno de los peores enemigos de
      Potter, interpretado por Jason Isaacs (El patriota), y el soberbio
      y pedante profesor Gilderoy Lockhart, brillantemente personificado por
      Kenneth Branagh, en una aproximación muy particular a lo que es una
      estrella de Hollywood.
      Asimismo, Chris Columbus, director de las dos películas, evolucionó
      en su oficio, lo que le permitió filmar muy buenas secuencias de acción,
      entre la que destaca la correspondiente al partido del quidditch,
      el deporte favorito de los magos.
      Pero a pesar de las mentadas virtudes, este film vuelve a ser la
      "película del libro", pues sigue siendo mucho más recomendable
      sumergirse en el texto de J.K. Rowling que enfrentar una producción en la
      que, otra vez, resulta mucho más importante el envoltorio que lo que hay
      dentro del paquete. Para dar un ejemplo, el partido de quidditch no
      pasa de ser una especie de intermedio repleto de escenas espectaculares,
      cuando en las hasta ahora cuatro novelas publicadas (quedan tres por
      publicar hasta completar la saga) este violento juego funcionaba como un
      campo de batalla en el que los alumnos de la Escuela resolvían sus
      disputas. Y no es casualidad que lo que más se comente ahora sean las
      escenas en que Harry y sus amigos se enfrentan a fenomenales criaturas,
      cuando la verdad es que estas confrontaciones constituyen una pequeña
      porción de lo que llevó a millones de lectores a devorar los
      libros.
      En el camino también quedaron oscuros aspectos que han convertido,
      parcialmente al menos, a los libros de Rowling en novelas de terror. La
      pérdida de los seres queridos, la ambigüedad, la unión siempre presente
      entre el Bien y el Mal, la competencia, incluso cierta tendencia racista
      que muestran los magos hacia los humanos y especialmente la entrada en la
      adolescencia –con el consiguiente descubrimiento del amor– de algunos
      personajes son asignaturas pendientes, temas a desarrollar en las tercera
      y cuarta películas, que se denominarán El prisionero de Azkabán
      y El cáliz de fuego, respectivamente. La solución probablemente
      pase por arriesgarse a ser menos fieles a lo textual –valga la
      redundancia– de los textos, algo que ya será inevitable en lo que al
      cuarto libro respecta, ya que tiene más de 600 páginas.
      
      Aunque todavía no alcanzó un sitio de honor entre las películas de
      aventuras, la saga de Harry Potter demuestra que tiene un gran potencial.
      Sólo es cuestión de esperar que crezca.
      
      
      Rodrigo Seijas