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EL HIJO
ADOPTIVO
(Beshkempir)
Kyrghizistan,
1998 |
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Dirigida por Aktan Abdykalykov, con Mirlan Abdykalykov, Adir Abilkassimov, Mirlan Conkozoev, Albina Imasheva.
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Kyrghizistan –o Kirghizia– es una región del Asia central, al Oeste de
China, cuyos habitantes fueron en otra época nómades mezcla de turcos con
mongoles, y todavía hoy conservan una fuerte tradición tribal. Pueblo
agro-pastoril, que produce lana, seda y algodón. De allí nos llega este
delicado film, que es el primero desde que el país se independizara de la
Unión Soviética en 1991, que ha obtenido premios en diversos festivales de
Europa y Japón, y la Mención Especial del Festival de Cine Independiente
de Buenos Aires, en 1999.
La película abre con el primer plano de una manta hecha con retazos de
telas de variados colores, sobre la que tendrá lugar una ceremonia. Es
parte de la tradición kirguizia que cuando una pareja no puede tener
hijos, los padres de una familia numerosa le regalen un recién nacido.
Sobre esa manta se sientan cinco mujeres, que legalizan la ceremonia de
adopción de Beshkempir (nombre que significa "cinco abuelas", o
"cinco ancianas").
Corte a la segunda escena, en blanco y negro, en la que vemos al
protagonista ya adolescente, con la mirada perdida, interrogando el vacío.
A pesar de su color local, la película narra con pocas palabras una
historia universal: el momento de iniciación del adolescente, la pérdida
del paraíso de la infancia, su crisis de edad y de identidad. Habitante de
pueblo chico, el protagonista se dedica a las típicas travesuras juveniles
con un grupo de amigos que no terminan de aceptarlo, conocedores de su
origen, que él ignora. Al tiempo que las peleas con sus amigos se hacen
más difíciles, Beshkempir conoce el amor en la piel de una chica del lugar.
El joven tiene los habituales conflictos adolescentes con sus padres, y es
la abuela su referente firme, en quien deposita su confianza. Pero el muchachito empieza a atisbar la
verdad, la abuela muere y... paremos de contar. Como
un eco de la ceremonia inicial de adopción discurre el entierro de la abuela:
mujeres sentadas de frente a la vida, de espaldas a la muerte. Durante el
rito fúnebre, Beshkempir acepta sus responsabilidades, en un segundo
nacimiento, esta vez a la vida adulta. Llegó la hora del pasaje.
Aunque la película no pretende ser un documental étnico, queda en
evidencia el durísimo tratamiento de la mujer: sólo se dan varones en
adopción, porque las hembras son indeseables. Y si bien las mujeres manejan
la vida familiar y son las depositarias de la tradición y el rito, el
hombre parece tener derecho a ejercer violencia sobre ellas, quienes no
pueden acompañar a los muertos al cementerio, por ser impuras. Estas
verdades están mostradas con toda naturalidad, sin asomo de crítica, como
una característica más de la naturaleza.
El director Aktan Abdykalykov encaró su ópera prima como una autobiografía, apoyándose en su propia experiencia de hijo adoptado en las
mismas condiciones que la ficción, y le dio a su propio hijo el papel del
protagonista.
La estética de El hijo adoptivo evoca los films del Este europeo
de los '60, con el acento puesto en la naturaleza, las imágenes y los cantos
de los pájaros, el viento en los árboles, el río, los rostros. Los
diálogos están reducidos al mínimo, porque la imagen tiene la elocuencia
necesaria. Film pequeño y económico, como lo son algunos iraníes, hecho
con actores no profesionales, tiene el rigor y la precisión de aquéllos, y
transmite una sensibilidad que puede parecer extraña, por distante de la
nuestra.
Filmada en su mayor parte en un blanco y negro lleno de matices,
intercala libremente algunos planos en color, sin que se perciba un criterio
fijo para ello. El director aseguró haber construido el film por retazos,
como la manta de la primera toma, relacionando cada pedazo de tela con un
recuerdo o una persona. La manta es la memoria. Una historia que en la
Argentina bien podría asumir una significación especial, por la
importancia que tiene la recuperación de la identidad por parte de tantos
chicos "adoptados" en condiciones ilegales.
Josefina Sartora
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