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    Por fin se estrena El hijo, 
    un film belga (sí, belga) que me ha sacudido estética y emocionalmente cada 
    vez que he podido verlo. Un film con un guión férreo, sin concesiones 
    fáciles al espectador, quien no puede sino entregarse a la intriga y a su 
    profundo planteo moral. Olivier (el gran Olivier Gourmet, actor fetiche de 
    los hermanos Dardenne) es un carpintero a cargo de una escuela de aprendices 
    en una suerte de centro de orientación vocacional y reinserción social, un 
    solitario, un perfeccionista que pone igual cuidado en la construcción de un 
    banco de madera que en la atención a su cuerpo, algo excedido de peso y con 
    problemas de espalda. Un día, se ve sorprendido y extremadamente perturbado 
    por la llegada de un nuevo alumno. Obsesivamente lo persigue, lo espía, 
    busca saber de él, quiere y no quiere acercársele. La información nos va 
    siendo sugerida, insinuada a través de las acciones y de pocas líneas de 
    diálogo, y habrán de transcurrir unos cuarenta minutos del film hasta que 
    comprendamos la dimensión del conflicto moral del protagonista.
 Los 
    hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se han caracterizado por un cine de 
    hondo contenido humanista y moral, por la profundidad de sus temas, el 
    respeto a todos sus personajes y por su particularísimo estilo visual. Si en
    La promesa (1996) y en Rosetta (1999) se adentraban en la 
    temática social –el trabajo de los jóvenes, la desocupación, los problemas 
    de la inmigración clandestina– y las relaciones paterno-filiales, en El 
    hijo reiteran estos temas cargándolos de intensa complejidad ética. 
    Amantes del cine moderno, se siente en sus películas la impronta de Robert 
    Bresson, en su interés por los jóvenes, en su estética despojada, en la 
    ausencia de música, en la sacralidad de ciertos momentos.  La 
    austeridad de El hijo, su minimalismo, la falta de información, 
    logran abrir preguntas más que sugerir respuestas. ¿Qué busca Olivier 
    realmente? ¿Recomponer una paternidad, una vida? ¿Recuperar la familia 
    perdida? ¿Venganza o comprensión hacia hechos del pasado? En todo caso, el 
    film es un excelente ensayo sobre el dolor y las relaciones humanas, alejado 
    de toda intención didáctica o moralista. Pocas 
    veces tenemos la posibilidad de ver el rostro de Olivier: la cámara móvil se 
    mantiene a su espalda, o mejor dicho, a veinte centímetros de su nuca 
    durante gran parte del film, acompañando en cierto modo su punto de vista 
    sobre las situaciones, aunque conozcamos tan poco de su rostro como de sus 
    motivaciones. A algunos podrá molestar este enfoque cerrado –utilizado 
    también en Rosetta, con primerísimos planos del rostro de la 
    protagonista–, algo intrusivo hacia el personaje, pero que reproduce su 
    obsesión y aporta un enorme dramatismo a la acción. Tan cercano y sin 
    embargo tan alejado, pues nunca llegamos a entrar en lo profundo de la 
    psicología de Olivier, y tampoco él conoce la razón de sus actos. Tan 
    obsesiva como la cámara es la mirada sobre el cuerpo: el trabajo manual 
    descripto en todos sus detalles, casi documentales, la higiene y 
    alimentación, la gimnasia, el dormir, la agitación física. La cámara de 
    Alain Marcoen y la banda sonora con sus sonidos y silencios dan detallada 
    cuenta de todos ellos. Gourmet recibió un premio en Cannes por su 
    composición del personaje, por el alto grado de sutileza que exige un film 
    sugerente. Por el otro lado, el joven Morgan Marinne interpreta un 
    antagonista a su medida, un personaje simétrico al de Gourmet, y también 
    sabe dar la medida justa para expresar velados o tal vez inconfesables 
    sentimientos. Este film de silencios, de momentos huecos y sin rumbo 
    aparente, va creciendo en su propio ritmo dramático hasta culminar en un 
    final magistral. 
    Podríamos tomar como un buen augurio que en la primera semana del 2006 se 
    estrene semejante film europeo, cuyo lanzamiento anhelábamos los que lo 
    admiramos durante el Bafici 2003. Desconozco los arcanos de la misteriosa 
    decisión que por fin permite al público acceder a él, tal vez porque se 
    anuncia para este año el estreno de El niño (L´Enfant), el último 
    film de los Dardenne, también premiado en Cannes. O tal vez por el inminente 
    estreno de La corporación, de Costa-Gavras, producida por los 
    Dardenne y con la participación de Gourmet. No tuvo tal suerte Rosetta, 
    ese otro film extraordinario. Ojalá que no sea ésta una vana esperanza. Josefina Sartora      
    
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