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HIJOS
(Figli)

Italia, 2001



Dirigida por Marco Bechis, con Carlos Echevarría, Julia Sarano, Stefania Sandrelli, Enrique Piñeyro, Evita Ciri, Antonella Costa, Delia Caseaux.



Hace un tiempo me tocó escribir la crítica de Los pasos perdidos, una película con la misma temática que Hijos: la búsqueda de la identidad de los hijos de detenidos-desaparecidos durante la última dictadura militar que gobernó la Argentina. En aquella película, encontraba falencias que tenían que ver con el miedo del propio film a la confrontación de la realidad, en paralelo con la historia de la protagonista.

Marco Bechis (que estuvo desaparecido por un corto tiempo) supera esos miedos y se adentra en el conflicto con la necesidad de preguntarse por todo. Tras la repulsión al terror de su film anterior, Garage Olimpo, Hijos continúa con el desamparo de la falta de identidad. Tras veinte años de democracia, recién ahora podemos afirmar orgullosos que hubo un director que nos enfrentó a la verdad, sin golpes bajos ni agujeros oscuros.

La historia se inicia con Rosa viajando a Italia en busca de Javier, con la certeza de que es su hermano. Javier vive en una lujosa casa en Milán, con sus supuestos padres. A pocos minutos del comienzo, Rosa ha confrontado a Javier, lo ha sembrado de dudas, y la lucha interna comienza a desarrollarse. Javier ve tambalear sus raíces, todo se le resquebraja. Ya no sabe quien es.

Esta línea argumental es desarrollada en la película de manera sumamente compleja y arriesgada. Bechis no sólo debe ser reconocido por su rigor temático. Estamos ante un director de cine. Y como tal, se espera de él una estética, un estilo. También por ese lado, las respuestas del realizador han sido más que suficientes.

Una de ellas es sonora: el repiqueteo de la marcha que impulsa la lucha por la verdad, la recuperación de la memoria, un sonido que conduce toda la película y que encuentra su clímax (su identidad, su significación) en el escrache con imágenes documentales. También las hay visuales: el mar de Garage Olimpo que regresa para contar la otra parte de la historia; el ómnibus que traslada a Javier sentado de espaldas a su avance, cuando quiere escapar de sí mismo; la niebla que impide la reproducción de la vida cotidiana que Javier disfrutaba cuando creía que tenía padres; esa caída al vacío que se da casi sin complicaciones la primera vez, se frustra la segunda y concluye por tercera vez con el final de una vida y el comienzo de otra.

Y sobre todo, las hay corporales: un análisis completo de la dirección de actores respecto del movimiento y el contacto de los cuerpos en Hijos escapa a las posibilidades de una reseña como esta. Las constantes persecuciones entre los protagonistas, uno huyendo hacia la nada, el otro frenándolo desde la incertidumbre, transmiten como ninguna otra imagen el conflicto de los personajes. El contacto sobre la piel desnuda del otro, la búsqueda de la similitud, de la familiaridad a través del cuerpo, construye una de las mejores escenas de la película. La corporización de Enrique Piñeyro en su papel de asesino y padre, empujando levemente a su hijo con actitud paternal y reflejando su conducta del pasado. El nerviosismo de la madre/secuestradora (Stefanía Sandrelli), llorando y mintiendo en el mismo instante.

La honestidad con que Marco Bechis ha encarado el tema, la profundidad y la complejidad con que lo ha tratado, hacen de Hijos una obra maestra, que marca la pauta para el enfoque de un pasado que casi no ha sido enfrentado por los realizadores locales sino por medio de la demagogia, los golpes bajos y la mirada corta, temerosa, que en innumerables ocasiones incrustó el tema forzadamente, con brocha gorda, en películas que hablaban de otra cosa. Bechis habla de nuestro pasado, lo hace con las mejores armas (las del cine) y con un deseo de búsqueda interminable que conmueve.

Ramiro Villani      

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