"Lo anterior fue sólo un
mal viaje; lo que ayer viví, hoy trato de olvidar. Si divagué perdido entre
las aguas, ya estoy bien, no se preocupen más... " cantan los Babasónicos
una vez que termina Hoy y Mañana y ya están pasando los créditos.
Quizá sea una distracción de Alejandro Chomski, el director de la película,
o un gesto de lo más fatalista, pero da la impresión de que todo lo que le
toca vivir a Paula (Antonella Costa) en el film es bastante peor que "sólo
un mal viaje". Veamos todo lo que le sucede durante la media hora inicial.
Le cortan el gas. La echan del trabajo. Se entera de que su cuenta bancaria
está en cero. Amenazan con desalojarla en 24 horas si no paga el alquiler.
Su profesor de teatro le ofrece coger por plata. Y, para colmo de males, la
relación con su padre –un abogado de lo más frío– es irreversiblemente
distante. Todo está mal y nadie puede ayudarla, se nos informa con un
poco de descaro durante los primeros minutos.
Finalmente,
para solucionar –o tratar de solucionar– sus problemas financieros decide
contactar a una vieja amiga (Romina Ricci), devenida prostituta, y seguir
ese mismo camino. Chomski aborda el recorrido de Paula –menos de dos días de
su vida– como si se tratara de un, justamente, mal viaje, en sentido físico
y mental.
Para
reproducir la fisicidad y el vértigo del viaje, Chomski se vale del
mismo recurso que emplea Wong Kar-Wai en Happy Together, Fallen
Angels y Chungking Express: algunos cortes sobre el eje y
pequeñas elipsis sucesivas y precipitadas. Además, la cámara –al igual que
la protagonista– está prácticamente todo el tiempo en movimiento: abundan
los travellings y los paneos, y la pantalla "tiembla" durante buena parte
del metraje. Con todo esto puede creerse que Hoy y mañana es una
película muy estilizada o que hace gala de un gran artificio. No es así. Más
allá de la sobredosis de movimiento y los mencionados efectos de montaje, el
film mantiene un tono bastante naturalista, parecido al de María llena
eres de gracia, una suerte de naturalismo urgente, aunque
acompañado por imágenes más bien preciosistas (Paula en el balcón mirando la
ciudad; Paula –reducida dentro del encuadre– haciendo burbujas) y por
algunos elementos más expresivos que narrativos (el cielo, el agua, los
espejos).
En cuanto
al "viaje mental", si el espectador logra acceder a los sentimientos de la
protagonista, se debe en gran parte a las dotes actorales de Antonella Costa
(y probablemente a la dirección actoral de Chomski), que en ningún momento
se pasa de rosca y que transmite con agradecida economía y sobriedad la
creciente desesperación de su personaje.
Hasta acá
todo bien. El problema es que el cuidado con el que se había elegido no
demonizar a los clientes de Clara ni victimizarla a ella (o por lo menos, no
de forma tan manifiesta) se pulveriza durante los últimos quince minutos del
film, con la llegada del último cliente, un viejo verde que es propiamente
un cretino de primera. A este descarrilamiento del final hay que sumarle
todas esas veces en que Chomski opina de forma demasiado explícita,
como cuando refleja la tragedia personal de su protagonista en la tragedia
social argentina. Por ejemplo, tenemos acceso visual a unos nenitos pidiendo
dinero en el subte. O, mientras Paula camina por la calle, la cámara se
desvía como al pasar y nos enfrenta con un cartonero. O el taxista
que la deja en un boliche está casualmente escuchando en la radio
algunos números y estadísticas de la crisis argentina. La verdad es que la
tragedia de la clase media es diferente a la de la clase baja. Y si bien
está todo relacionado, el director estaba ocupándose de una y de repente
pasa a la otra algo agresivamente, metiendo (invitando al espectador a
meter) todo en una misma bolsa. Para decirlo de forma clara: los cartoneros
forman parte del paisaje urbano actual; lo objetable es la actitud
señalizadora del director que se desvía de la narración y utiliza un
paneo para mostrarnos las-cosas-terribles-que-pasan-alrededor. Así como un
travelling, un paneo también es una "cuestión moral", y puede convertir una
película en otra.
Ezequiel Schmoller
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