Un año ha pasado ya desde que esta
película checa se alzara con los premios de guión y actrices
protagónicas en el Segundo Festival de Cine Independiente de Bs. As.
(2000). Ha cosechado, además, premios en Venecia, San Pablo y la
República Checa. Es una historia inspirada en el protagonista de la
novela de Dostoievski del mismo nombre. Pese a todo lo antedicho, lo
primero que llama la atención es el carácter intimista, hasta podría
decirse humilde, del film. No es éste el retrato sensiblero de un
retrasado mental, ni el colosal intento de adaptar pomposamente un texto
clásico.
El film ubica a Frantisek en el medio de una compleja cruza de
relaciones familiares y de pareja, confrontando su manera de ver la vida
con la del resto de los personajes. El protagonista acaba de salir de una
internación tras las sesiones de electroshock necesarias para que el
médico lo suelte diciéndole que "ya no le tiene miedo a la
vida". Así emprende un viaje en busca de unos parientes tan lejanos
que desconocen su existencia, pero que son su único contacto con el mundo
exterior. Allí entablará relación con dos hermanas, Anna y Olga, que
atraviesan un periodo bastante conflictivo en lo sentimental. A saber:
Anna sale con un hombre pero comienza a interesarse por su hermano; Olga
aprovecha un viaje de Anna para consumar sus deseos con el novio de su
hermana. Frantisek conoce a ambas mientras llevan a cabo sus respectivos
affaires, por lo que no tardará mucho –por más idiota que sea– en
vislumbrar lo ocurrido. Así queda rápidamente envuelto en el embrollo,
pero su participación es la de un observador silencioso, y esto le
proporciona la confianza de las hermanas, que no tardan en encariñarse
con el entrañable personaje.
La película avanza apaciblemente, con un leit motiv incidental
semejante a una canción de cuna, pero en pocos minutos logra introducir
el conflicto y no pierde el tiempo con información innecesaria. La puesta
en escena es sencilla, pero inteligente, con un par de escenas muy
logradas, que aportan una mirada poética, aunque siempre dentro de un
tono muy medido.
El protagonista es situado por momentos como un espectador más.
Curiosamente, su ingenuidad y bondad le proveen de una mirada comprensiva.
Pese a ser él el idiota, da la impresión de entenderlo todo, mucho más
que sus confundidos familiares. Claro que no está exento de problemas.
Tiene continuas pesadillas en las que revive sus sufridas dosis de
electroshock y revela una enorme necesidad de afecto. Y sufre tanto o más
que los otros, que nunca terminan de acercarse a él, preocupados por sus
propios asuntos. Ante las emociones fuertes, reacciona inmóvil con un
hilo de sangre corriendo desde su nariz. La composición de Pavel Liska es
uno de los puntos fuertes del film –pese a que las premiadas hayan sido
las actrices, muy correctas, por cierto–: no busca emocionar mediante
los clichés físicos de los enfermos mentales a los que el cine
nos tiene acostumbrados. Su aporte está en esa mirada atónita,
angustiada, triste.
El film mantiene su propuesta a rajatabla, jamás deja lugar al
sentimentalismo ni a la solución facilista; los conflictos se resuelven
en función de la capacidad que tiene cada personaje para lidiar con
ellos. Y si en algún momento amaga con caer en la bolsa de films sobre
intolerantes, el director Sasa Gedeon se ocupa en pocos segundos de
despejar todo tipo de dudas.
En una magnífica escena, el realizador parece sugerir que su mirada es
la del protagonista. Frantisek observa a una de las hermanas mientras el
arranque de un tren los separa. La mira a través de las ventanillas del
tren que, como fotogramas cinematográficos, proyectan la imagen cada vez
más rápido, hasta que el tren se aleja y la cámara la capta
ininterrumpidamente, a 24 fotogramas por segundo.