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IL
CICLONE
Italia, 1997 |
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Dirigida y protagonizada por Leonardo Pieraccioni, con Lorena
Forteza, Barbara Enrichi, Massimo Ceccherini.
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Il Ciclone forma parte de un esquema que comparten
muchas comedias italianas recientes: bajo presupuesto, un mismo hombre como director y
protagonista, reminiscencias del realismo mágico al lado de rasgos muy otros (más
endebles y modernos) en un cóctel con destino de pastiche.
La acción está situada en un
hermoso pueblo de provincias. Casas muy viejas, dispersas. Campos bañados por el sol,
flores enormes, atardeceres plácidos. Gente que anda por la vida sin reloj y conoce al
dedillo las intimidades del prójimo. Allí viven los Quarini. Papá Osvaldo, que ronca
como una moto, y los tres hijos que nombró a la altura de sus ideales anarquistas:
Selvaggia, Líbero y Levante (Leonardo Pieraccioni, el director). Levante es contador,
atiende a sus clientes unas cuadras más abajo, en el "centro". Y varias veces
detiene su ciclomotor para saludar a sus parientes/amigos, varios de los cuales son voces
en off que contestan desde los caserones. Selvaggia es lesbiana y trabaja en una farmacia.
El más chico es Líbero. Pintor de entrecasa, excéntrico, duerme dentro de un sarcófago
porque le salió
barato y en el medio de sus cuadros siempre estampa una obsesión con letras
gigantes: "¿Existe Dios?"
Allí está la veta "mágica" de Il
Ciclone. Que discurre por el lado pintoresco, con la voz en off de Pieraccioni que si algo faltaba, también es el relator procurando ensimismar al público con la rutina queda,
dulce al fin, de su terruño. Por momentos todo se aproxima a la conocida, no por eso
perimida, pintura de la aldea que la torna universal. Pero Il Ciclone intenta sacar
credenciales de comedia por el mismo rumbo. Y no ofrece mucho más que chistes tibios:
Levante que choca con la moto, papá que fuma un porro, la familia que improvisa una
antena con las ollas... Bienvenidos al comienzo, gracias a la simpatía de los personajes
y a la resonancia del italiano (que per se los hace un poco más graciosos), con el
correr del metraje se enfrían más y más.
Al promediar el film, un giro de
timón ahonda la debacle. Llegan cinco bailarinas españolas de una compañía de
flamenco. Morochas, despampanantes, muy malas actrices todas. Extraviadas, deciden pasar
una noche (que serán varias) en la finca de los Quarini. El pastichio sobreviene.
Levante y su hermana disputarán la belleza de las visitantes, que improvisan
coreografías a medio camino entre los Gipsy Kings y la cumbiamba de los sábados para la
baba de los locales. Habrá múltiples intercambios verbales en idioma cocoliche y Levante
se levantará a la más hermosa de las ibéricas. Nuevas idas y venidas (aparece el novio
de ella) estirarán las cosas más allá de lo deseable. Y después, el happy ending.
Guillermo Ravaschino |
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