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EL ILUSIONISTA
(The Illusionist)

Estados Unidos, 2006


Dirigida por Neil Burger, con Edward Norton, Paul Giamatti, Jessica Biel, Rufus Sewell.



Como un mago confiado en su rutina, despacio y serenamente, el director Neil Burger ejecuta su acto y va desarmando ante nuestros ojos una historia que mezcla romance, misterio y fantasía con singular habilidad. Más allá de los valores propios de El ilusionista, el film sobresale por lo que el resto de Hollywood ha olvidado cómo se hacía: una narración clásica y prolija que nunca confunde a pesar de los recovecos de la trama, preeminencia del cuento y un sólido grupo de intérpretes al servicio del relato. “¿Y puede algo tan clásico sorprender?”, se preguntará usted. Sí, es que ya no se hacen películas como esta.

Eisenheim (un Edward Norton afortunadamente contenido) es un ilusionista que asombra a la Viena de fines del Siglo XIX. A ver su show llegará Lepold (Rufus Sewell), heredero al trono de la corona austro-húngara, con su prometida Sophie (Jessica Biel) que resulta ser un amor prohibido de la infancia del mago. Y sí, el muchacho querrá recuperar a la chica. Pero lo peor es que ella también se querrá ir con él. Para evitar esto, el inspector Uhl (el siempre enorme Paul Giamatti) vigilará sin descanso a los amantes.

El primer punto a favor de El ilusionista es que juega narrativamente con los límites de lo creíble, y logra que ese universo fantástico se transforme en verosímil. Lo mágico no aparece aquí como en la saga de Harry Potter, por alarde genético, sino más bien se trata de un arte al que sus cultores deben trabajar día tras día. La magia en el film tiene mucho de puesta en escena, es un material con el que se trabaja sobre las tablas del teatro, y nunca abandona ese espacio. Y analizando la magia desde ese costado, la película se da el lujo de mostrar el lado político que existe en toda expresión artística. Por eso cuando la trama avance, y Eisenheim no sólo haga peligrar el casamiento de los príncipes, sino también el futuro de la monarquía, sus actos serán vistos como subversivos. De ahí a la intolerancia y la persecución habrá sólo un paso...

Y aunque esa postura política pueda sonar algo ingenua, El ilusionista la tolera por las formas con que Burger estructura el relato. Si bien la puesta en escena es lujosa, los aspectos técnicos lucen atractivos (con preeminencia de la fotografía de Dick Pope) y hay un adecuado uso de los efectos especiales, el film carece de todo “modernismo” y luce orgullosamente un look old-fashioned alejado de poses estilísticas. No hay cinismo ni autoconciencia en la historia de amor de estos personajes. Y allí está el otro punto alto a valorar. El espectador es sometido al mismo juego que quienes presenciaban aquellos números de magia, que suspendían toda lógica y se dejaban llevar por la fluidez de lo que se les contaba a la espera del truco.

Los trucos llegarán, al fin, en una última media hora plagada de vueltas de tuerca. Es importante destacar que aquí los giros no saben a volantazos de guionista, sino a consecuencias inevitables de los hechos precedentes. En realidad el desenlace no invita a reordenar la película, sino que nos hace ver lo que no vimos o no quisimos ver. Y si bien ese aura de misterio que impregna todo el film es quebrada en un minuto final que explicita todo intentando no dejar cabos sueltos, el director se diploma como un verdadero maestro del ilusionismo. El de Burger es un nombre para tener en cuenta, y El ilusionista es una buena película que sorprende. Porque en estos tiempos de alardes de todo tipo es raro observar un film que apueste la inteligencia del espectador y a las ganas de que le cuenten una buena historia sin sentir que le están ultrajando los sentidos.

Mauricio Faliero      


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