Hablar de Imposible es ingresar a un terreno narrativo incierto. Que
poco o nada tiene que ver con el panorama del nuevo cine nacional; que más
bien sienta sus bases en el cine experimental del efímero "Grupo de los
Cinco"... tres décadas atrás. Es hablar de un realizador cuyo último título
de ficción, Sinfín: la muerte no es ninguna solución, data de 1986.
Imposible
recupera la historia de dos parejas: la de Mariana y Bruno (Alejandra
Flechner y Damián De Santo) y la de Isabel y Toni (Jimena Anganuzzi y
Francisco Fernández de Rosa). Las vidas de estos cuatro seres se
entrecruzarán en un destino determinado y compartido.
Sin
detenerse en convenciones y psicologismos, la película se juega por una
afectación de los personajes, que contagian la puesta en escena con su
mirada. Una Buenos Aires desolada y noctámbula hace de sus sujetos (sobre
todo Bruno) perfectos vampiros. Seres guiados por el aburrimiento y el
desencanto, en busca de nuevas figuras que aporten nuevas emociones.
Marcados por el pasado en cuerpo y alma. Pura corporalidad, carne y sangre,
la vampirización de los cuerpos: cicatrices y heridas que no paran de
sangrar. Espacios que se vuelven pesadillas y que dibujan simetrías que
recuerdan al cine de Peter Greenaway y su mundo onírico.
La
ciudad entra en un proceso de extrañamiento y poco a poco es dejada atrás en
favor de terrenos aun más inhóspitos. Es que Imposible trabaja como
una especie de tour de force estilizado a través de las maquinarias
del amor y las relaciones de pareja. Donde el deseo es primario y se
establece a través de la mirada, la figura del voyeur vuelve a ser
una metáfora del individuo y de las pulsiones que lo llevan a lugares
impensados. La imagen como hecho fundamental, como parámetro de la felicidad
y la agonía. El cine pensándose a sí mismo, la autorreflexividad de ser
objeto deseado y deseante.
Recorridos atravesados por lo trivial que a lo largo del trajinar despliegan
su costado imprescindible. Y en ese deambular, en la acepción más
antonionesca del término, los protagonistas se encontrarán y se dejarán
con la misma abulia y la misma pasión. Víctimas y victimarios, espejos que
devuelven imágenes indeseadas.
Cristian Pauls apuesta a desnaturalizar tanto los personajes como los
espacios, a volverlos indescifrables y a encadenarlos unos a otros para
formar un microclima que no necesita más habitantes que ellos cuatro. Un
mundo de tristezas e incertidumbre, de tentaciones y, al fin y al cabo, de
resignación. De melodías que resuenan como un leit motiv del
recuerdo. Así Imposible muestra su costado más nostálgico, de penas
de amor y situaciones que predisponen cambios (el supuesto embarazo de ambas
mujeres), de una mirada al futuro condicionada por el presente.
Más
allá de cierta solemnidad, quizá víctima del peso literario del guión,
Imposible se muestra como una película inabarcable, ambiciosa, incluso
críptica, pero que recuerda otro modo de hacer cine.
Bruno Gargiulo
|