Esta
película de Olivier
Assayas llega a Buenos Aires en 2003, pero fue realizada en 1996. En la
Argentina, antes conocimos Fin de agosto, principios de septiembre (Fin
D'Aout, Début Septembre, 1998) y Los destinos sentimentales (Les
Destinées Sentimentales, 2000), films muy diferentes a Irma Vep.
El hecho es que este nuevo/viejo trabajo resulta superior
a los otros dos. Razones le sobran: su tono enigmático; sus apuntes
humorísticos; las posibles lecturas que ofrece; la bella presencia de
su protagonista (Maggie Cheung); los homenajes que rinde a un pasado del
cine que le pertenece y las críticas que desparrama al presente que también
le es propio; el mundo “del cine dentro del cine” y sus interminables capas
de sentido.
Irma Vep
es algo más que el nombre del film de Assayas. Ya en sus letras
el juego comienza a desplegarse para el espectador, porque si se les cambia
el orden se podrá conformar la palabra “Vampire” (vampiro). Es que Irma Vep
es el nombre de la protagonista de Les Vampires, un serial
cinematográfico de principios de siglo dirigido por Louis Feuillade sobre el
que se está realizando una remake. El encargado de esta nueva versión de
aquellos cortos del cine mudo es un director francés llamado –siempre dentro
de la ficción– René Vidal, e interpretado por
Jean Pierre Leaud (el chico de Los 400 golpes de Truffaut, que luego
se convirtió en “el” actor de la Nouvelle Vague. Assayas también
formó parte de ese movimiento como crítico de la revista “Cahiers du
Cinema”).
A su vez, la actriz china Maggie Cheung (que hace de sí misma) es convocada
por Vidal para hacer de Vep en la ficción dentro de la ficción. Lejos de la
imagen distinguida y distante con que la conocimos en la inolvidable Con
ánimo de amar (Wong Kar-Wai, 1999), Cheung llega a París con una actitud
fresca y despreocupada. Casi sin saber qué tiene que hacer en el set,
desconociendo el idioma francés y habiendo cautivado al director en una
película de artes marciales al mejor estilo oriental, la joven comienza a
intervenir en un rodaje complicado, atrasado, en el que sólo Vidal parece
comprender qué busca. Cheung es su musa –nadie más entiende por qué una
china para el papel–, como lo fue para Assayas (con quien también compartió
su vida real).
Como se puede ver, en Irma Vep hay varias películas. Una antigua y
muda: la original Les Vampires. Otra en chino y de acción: la
película real de Cheung que sirve de inspiración a Vidal. Una tercera que
está en pleno rodaje: la remake de Les Vampires. Y todavía hay más.
En la cotidianidad del rodaje se va tejiendo una amistad entre Maggie y la
vestuarista, Zoé, una francesa extravertida y graciosa que se ocupa de la
estrella cuando nadie más lo hace. Entre pruebas de vestuario (un
ajustadísimo traje negro tipo Gatúbela), cenas y viajes en moto, Zoé le
confiesa que se ha enamorado de ella.
Paralelamente, el rodaje avanza pero Vidal tiene muchos conflictos con el
material que está filmando. Disgustado, sufre un problema de salud y todo
comienza a desvanecerse. A esta altura, la Irma Vep oriental ha sido atraída
por su personaje y en una noche de insomnio se lanza a la aventura. Calzada
en el traje de ladrona (a eso se dedican “los vampiros” de Feuillade)
recorre las habitaciones del hotel en que se hospeda buscando algún objeto
preciado del que adueñarse. Un collar de fantasía cae en sus manos y se
convierte en el trofeo que se llevará la lluvia desde los techos del
edificio.
Otra pequeña gran película dentro de este rompecabezas que no deja de
sorprender. Al día siguiente Maggie despierta y, una vez más, ficción y
realidad se mezclan sin solución de continuidad. Todo parece un sueño, sólo
el espectador ha asistido a esa secuencia que es, seguramente, la película
que René Vidal hubiera querido filmar.
No sólo a
través de la puesta en escena el film de Assayas dialoga con el
espectador sobre el quehacer cinematográfico. También se habla –entre los
personajes o con un periodista que pregunta– sobre las diversas posturas
hacia el cine actual: hay críticas a casi todas las filmografías nacionales,
principalmente la americana, pero también a la francesa y a la obra de John
Woo, entre otras. En esta compleja trama, Vidal podría venir a encarnar el
cine intelectual europeo, algo pasado de moda, que intenta renovarse tomando
ingredientes orientales. Pero debido a sus trastornos psicológicos,
el realizador termina siendo reemplazado por otro director francés… que lo
primero que hace es reemplazar a la protagonista.
Cada uno por su
lado –y a su manera– Maggie y Vidal abandonan el rodaje, y el cruce de
estilos nunca se concreta. Pero con el poco material que tiene filmado, el
director (Vidal, Assayas) realiza un último corto que cierra el film: una
Irma Vep casi experimental lanza rayos por los ojos, realiza acrobacias y
pruebas de equilibrio. Muda y en blanco y negro, la pantalla se llena de
dibujos geométricos o desordenados realizados sobre el celuloide a fuerza de
punzón.
Los
espectadores cinéfilos (y los que no lo son, si es que se animan a verla)
sacarán sus propias conclusiones. En Irma Vep hay material de sobra
para admirar, reflexionar y disfrutar del cine.
Yvonne Yolis
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