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IRMA VEP

Francia, 1996



Dirigida por Olivier Assayas, con Maggie Cheung, Jean -Pierre Leaud, Nathalie Richard, Antoine Basler, Nathalie Boutefeu, Dominique Faysse.



Esta película de Olivier Assayas llega a Buenos Aires en 2003, pero fue realizada en 1996. En la Argentina, antes conocimos Fin de agosto, principios de septiembre (Fin D'Aout, Début Septembre, 1998) y Los destinos sentimentales (Les Destinées Sentimentales, 2000), films muy diferentes a Irma Vep. El hecho es que este nuevo/viejo trabajo resulta superior a los otros dos. Razones le sobran: su tono enigmático; sus apuntes humorísticos; las posibles lecturas que ofrece; la bella presencia de su protagonista (Maggie Cheung); los homenajes que rinde a un pasado del cine que le pertenece y las críticas que desparrama al presente que también le es propio; el mundo “del cine dentro del cine” y sus interminables capas de sentido.

Irma Vep es algo más que el nombre del film de Assayas. Ya en sus letras el juego comienza a desplegarse para el espectador, porque si se les cambia el orden se podrá conformar la palabra “Vampire” (vampiro). Es que Irma Vep es el nombre de la protagonista de Les Vampires, un serial cinematográfico de principios de siglo dirigido por Louis Feuillade sobre el que se está realizando una remake. El encargado de esta nueva versión de aquellos cortos del cine mudo es un director francés llamado –siempre dentro de la ficción– René Vidal, e interpretado por Jean Pierre Leaud (el chico de Los 400 golpes de Truffaut, que luego se convirtió en “el” actor de la Nouvelle Vague. Assayas también formó parte de ese movimiento como crítico de la revista “Cahiers du Cinema”).

A su vez, la actriz china Maggie Cheung (que hace de sí misma) es convocada por Vidal para hacer de Vep en la ficción dentro de la ficción. Lejos de la imagen distinguida y distante con que la conocimos en la inolvidable Con ánimo de amar (Wong Kar-Wai, 1999), Cheung llega a París con una actitud fresca y despreocupada. Casi sin saber qué tiene que hacer en el set, desconociendo el idioma francés y habiendo cautivado al director en una película de artes marciales al mejor estilo oriental, la joven comienza a intervenir en un rodaje complicado, atrasado, en el que sólo Vidal parece comprender qué busca. Cheung es su musa –nadie más entiende por qué una china para el papel–, como lo fue para Assayas (con quien también compartió su vida real).

Como se puede ver, en Irma Vep hay varias películas. Una antigua y muda: la original Les Vampires. Otra en chino y de acción: la película real de Cheung que sirve de inspiración a Vidal. Una tercera que está en pleno rodaje: la remake de Les Vampires. Y todavía hay más.

En la cotidianidad del rodaje se va tejiendo una amistad entre Maggie y la vestuarista, Zoé, una francesa extravertida y graciosa que se ocupa de la estrella cuando nadie más lo hace. Entre pruebas de vestuario (un ajustadísimo traje negro tipo Gatúbela), cenas y viajes en moto, Zoé le confiesa que se ha enamorado de ella.

Paralelamente, el rodaje avanza pero Vidal tiene muchos conflictos con el material que está filmando. Disgustado, sufre un problema de salud y todo comienza a desvanecerse. A esta altura, la Irma Vep oriental ha sido atraída por su personaje y en una noche de insomnio se lanza a la aventura. Calzada en el traje de ladrona (a eso se dedican “los vampiros” de Feuillade) recorre las habitaciones del hotel en que se hospeda buscando algún objeto preciado del que adueñarse. Un collar de fantasía cae en sus manos y se convierte en el trofeo que se llevará la lluvia desde los techos del edificio.

Otra pequeña gran película dentro de este rompecabezas que no deja de sorprender. Al día siguiente Maggie despierta y, una vez más, ficción y realidad se mezclan sin solución de continuidad. Todo parece un sueño, sólo el espectador ha asistido a esa secuencia que es, seguramente, la película que René Vidal hubiera querido filmar.

No sólo a través de la puesta en escena el film de Assayas dialoga con el espectador sobre el quehacer cinematográfico. También se habla –entre los personajes o con un periodista que pregunta– sobre las diversas posturas hacia el cine actual: hay críticas a casi todas las filmografías nacionales, principalmente la americana, pero también a la francesa y a la obra de John Woo, entre otras. En esta compleja trama, Vidal podría venir a encarnar el cine intelectual europeo, algo pasado de moda, que intenta renovarse tomando ingredientes orientales. Pero debido a sus trastornos psicológicos, el realizador termina siendo reemplazado por otro director francés… que lo primero que hace es reemplazar a la protagonista.

Cada uno por su lado –y a su manera– Maggie y Vidal abandonan el rodaje, y el cruce de estilos nunca se concreta. Pero con el poco material que tiene filmado, el director (Vidal, Assayas) realiza un último corto que cierra el film: una Irma Vep casi experimental lanza rayos por los ojos, realiza acrobacias y pruebas de equilibrio. Muda y en blanco y negro, la pantalla se llena de dibujos geométricos o desordenados realizados sobre el celuloide a fuerza de punzón.

Los espectadores cinéfilos (y los que no lo son, si es que se animan a verla) sacarán sus propias conclusiones. En Irma Vep hay material de sobra para admirar, reflexionar y disfrutar del cine.

Yvonne Yolis      

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