Todo empieza desastrosamente en Jamás besada. Y con el tiempo, empeora. El
puntapié inicial tiene lugar en la redacción del Chicago Sun-Times, casualmente la
guarida del más prestigiado crítico cinematográfico estadounidense, Roger Ebert. La
redacción del diario, en la ficción, está poblada de criaturas imposibles. Un editor
sensible y comprensivo (escondido tras muy engañoso mal humor); un director que al
principio luce caprichoso y gagá, pero se revelará como un viejito inofensivo y
bondadoso; un puñado de empleados rasos que semejan una familia felizmente unida. Pero no
es casualidad. El extenso, intermitente chivo al veterano matutino fue
correspondido por las tres estrellas que Mr. Ebert le concedió al film en ese mismo
diario, en una de las reseñas más inverosímiles de su carrera.
La anécdota está centrada en Josie
Geller (Drew Barrymore), quien se encarga de la redacción de notas más o menos
deslucidas dentro de ese rubro que debería denominarse "desinterés general"...
hasta que un día le encomiendan su primer gran desafío: un artículo de investigación
sobre una escuela secundaria de Chicago. Josie, pues, se hará pasar por estudiante con el
fin de reunir datos más o menos espectaculares para un texto explosivo, amarillista. Es
natural que para infiltrarse en la High School se disfrace de teenager. No así
que una periodista de fuste, como se la supone, ignore que los adolescentes ya no usan
pantalones Oxford blancos ni "boas" de plumas alrededor del cuello. En el
disfraz de Josie está el primero de infinitos parches nunca ideas con los que
dos guionistas, a falta de uno, procuraron tensar esta dudosa trama.
Josie, por ejemplo, tiene malos
recuerdos de su verdadero paso por el High School, ocho años atrás, y la historia
procura revivir esos dolores de cabeza convirtiéndola otra vez en la chica más impopular
del claustro. Y si el bochorno actual está plasmado en base a torpezas improbables (Josie
se tropieza sola), el de los viejos tiempos renace de la mano de unos flashbacks
que la subrayan fiera, torpe, lloricona, con enormes ortodoncias y unos vestidos que ya no
evocan los '80, sino al siglo XIX. Por cierto que un film intitulado Jamás besada
no ofrece demasiados flancos para el suspenso: obliga a imaginar que, tarde o
temprano, un estentóreo beso convertirá al patito feo en cisne. El halo de príncipe
azul, encima, empieza a revolotear muy prontamente sobre el apuesto profesor de
literatura. A falta de intriga, en todo caso, Jamás besada especula con los
prejuicios relativos a los amoríos entre educadores y educandos, que en sonados casos
recientes colocaron tras las rejas a más de un profesor.
No es la única bajeza en la que
incurre el film. Al hermano de Josie, que trabaja en una tienda, parece usarlo para
sugerir que todo aquel que no culmina sus estudios es un fracasado irredimible. Mientras
que a Anita, la amiga y compañera de trabajo de la protagonista, la pone a la cabeza de
un comic relief (costado cómico) dominado por chistes gastados y unos pocos
gags, siempre pacatos, en torno de la sexualidad.
Guillermo Ravaschino
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