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JUEGOS SEXUALES
(Cruel Intentions)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Roger Kumble, con Sarah Michelle Gellar, Ryan Phillippe, Reese Whiterspoon, Selma Blair, Louise Fletcher.



Juegos sexuales consume la mayor parte de sus 95 minutos como una fábula dominada por adolescentes ricos que cultivan el cinismo. Ahí están Valmont (el carilindo Ryan Phillippe) y su hermanastra Kathryn (Sarah Michelle Gellar, mucho menos atractiva y tanto más operada –créame– que lo que mienten los afiches) compitiendo a ver quién es el que se lleva más amantes a la cama. Conseguirlo sin que medien intereses amorosos no rebaja las hazañas. Antes bien, parece la primera condición. A tal punto se consagran a esta suerte de deporte, y con tal grado de frialdad, que el relato cobra la forma de un ritual impostado, artificioso, emprendido por criaturas tan inverosímiles como las que pueblan las publicidades de perfumes, pantalones o automóviles de "primera línea". Existen allí, y nada más que allí. Pero no viven. Cada uno de sus gestos y movimientos responde a una muy mezquina carta de navegación: la que prescribe personajes de una sola pieza.

La anécdota no es más generosa. Kathryn desafía a Valmont a que desflore a Anette (Reese Whiterspoon), que no sólo es una de las vírgenes más respetadas de la comarca, ya que su padre es el director de la elegante escuela a la que concurren los protagonistas, sino que se vanagloria de su condición y se ha propuesto conservar intacto el himen hasta el matrimonio. El hermanastro recoge el guante y pactan la siguiente apuesta: si él fracasa, Kathryn se quedará con la formidable coupé Jaguar de Valmont, y si triunfa, él se quedará con Kathryn –un buen rato al menos– haciendo lo que más le plazca sobre un colchón. Los escenarios no podrían haber sido más ostentosos: las mansiones de unos y otros, las instalaciones del colegio que es, a su manera, otra mansión. Los actos sexuales no aparecen casi nunca como tales sino evocados, alardeados, por innumerables conversaciones. En este sentido podría decirse que Juegos sexuales es una película de sexo oral. Por lo demás es muy tramposa, y pretensiosa, toda vez que usó los sugerentes escotes de Gellar y Whiterspoon para promocionarse como la promesa de un ritual –el coito y sus arrabales– y termina sin exhibir el ritual, sus arrabales... ¡ni las tetas!

El hecho de que estos teenagers deambulen a sus anchas por las propiedades, la mayor parte del tiempo sin adultos a su alrededor, les confiere un raro aura, tal vez reminiscente de ciertos representantes de la nobleza –no menos afectados e igualmente ruines– de siglos pasados. Al fin de cuentas, el film está vagamente inspirado en "Las relaciones peligrosas", la famosa novela de Choderlos de Laclos que ya tuvo tres versiones fílmicas. De allí a concluir que "resulta refrescante, después de tantos romances esponjosos entre adolescentes, ver una película que refleje aquel cinismo", como lo ha hecho nada menos que el insigne Roger Ebert (el crítico más prestigioso, y seguramente mejor pago, de Norteamérica), hay un abismo que sólo puede ser zanjado con locura. O con insospechadas intenciones. Hay otro abismo, y es el que separa a la mentada "fase cínica" del relato de la que le sigue. Créase o no, a Valmont le llegará el turno de ablandarse bajo el influjo de esa chica que no ostenta un solo rasgo distintivo (fuera de su privilegiada posición social) y que lo llevará derechito, como por un tubo, hacia el dulce territorio del amor, del puro amor. Como en los romances esponjosos. Aunque las cuerdas moralistas que se pulsan a partir de aquí son más bochornosas, y estridentes, que las que suele ofrecer el consabido rubro.

Guillermo Ravaschino