Casi en
el último giro del guión de Juntos para siempre, Javier (Peto
Menahen), su protagonista, le relata a Laura (Florencia Peña), su nueva
novia, la historia de la película que está escribiendo y que lo obsesiona.
Javier habla con pasión, bastante artificial y barrocamente, embargado por
las emociones de sus personajes que, a diferencia de él (ya lo hemos visto
en buena parte de la película), se sienten afectados por los sentimientos.
Laura lo escucha embobada, enamorada, reconoce en ese cuento la realidad que
la rodea y hasta "ve" allí la vida de una parienta de ella. Cada vez que
comunica esos detalles, el hombre, con apenas un gesto, le hace notar que no
importa lo que tenga para aportar, que es mejor que se calle, que el rol de
enunciador le corresponde a él. Esta escena (me) resulta clave para repensar
todo el film. Nosotros, los espectadores, nos sentimos inconscientemente
identificados con esa mujer que está atrapada por el relato, quizá por
abrigar "sentimientos equivocados", quizá por temor a perder lo que tenemos,
seguramente por estar encerrados en una sala de cine. Javier Gross, por su
parte, puede funcionar perfectamente como un alter ego de Pablo Solarz.
Solarz es un
reconocido y exitoso (dos términos que no siempre se aúnan) guionista del
nuevo cine argentino. Autor de Historias mínimas, ¿Quién dice que
es fácil? y Un novio para mi mujer, en esta ocasión también
decidió hacerse cargo de la dirección. Pero no pudo esquivar su origen: el
peso del guión se torna demasiado evidente, tanto como la creencia de que la
verborragia hace literatura y entonces tiñe el proyecto de relevancia y
profundidad. Uno percibe en Solarz cierta necesidad de demostrar que es
capaz de un producto menos edulcorado, menos "de segura empatía" que los ya
realizados.
Javier Gross
es un guionista famoso a quien lo único que parece importarle es “ir para
adelante”, decidir cada mañana estar bien y no hacerse problema por
nada: perdonar la infidelidad de su pareja Lucía (Malena Solda), evitar a su
madre (Mirta Busnelli) medicada y psiquiatrizada, olvidar su pasado de hijo
abandonado por su padre. Nada de lo que pueda hacerlo sufrir entrará en ese
cerebro que domina fríamente a sus emociones. Pero Lucía lo abandonó y él
quiere recuperarla, aunque para ello deba claudicar accediendo a una
terapia... Mientras tanto, además de encontrar rápidamente una sustituta
para ocupar el lugar de pareja (la rubia tonta encarnada por Peña), sigue
desarrollando la idea de su película: un hombre en plan de vacaciones (Luis
Luque) va “perdiendo” a su familia en el camino en pos de llegar solo a
destino para encontrarse con un amor que no pudo olvidar.
Juntos para
siempre
es una comedia (aclaremos que comedia, y más en este caso, no es sinónimo de
humor, chiste y risa continua) asordinada, que juega con lo romántico y se
oscurece a medida que avanza queriendo hacer tragedia de cierto patetismo,
cruel pero verosímil, ácido y duro. Una historia que cuenta a su favor con
el difícil logro de contener a los personajes y no volcarlos en ningún
momento a la exageración, la extroversión o la gesticulación exorbitante
para buscar la risa fácil (por lo que el derrape en el exabrupto y la
puteada, que irrumpe en algún momento, se hace más violento y efectista
aun).
Lo que no
puede evitar, decíamos, es ser una película “de guión”, que confía más en lo
que se dice que en cómo se muestra, o se mueve, eso que se dice. La
dirección es plana y casi no hay escena que no apueste más al oído del
espectador que a su mirada. Los toques cultos (el recitado de García
Lorca) y la aparente suposición de que un decir poético hermana al cine con
la “gran” literatura, a partir de la construcción de parlamentos que se
pretenden literarios, no favorecen el resultado final ni ayudan a la fluidez
de un relato cinematográfico que adolece de poca confianza en las imágenes.
No sólo se duplica la idea que se quiere transmitir, un poco explícitamente,
entre película y película dentro de la película, sino que además se la
enuncia en diálogos aclaratorios innecesarios y que no logran disimular su
calculada elaboración.
Más allá de
las reservas enunciadas, Juntos para siempre no deja de ser un
producto digno, honesto dentro del panorama de nuestra cinematografía
actual: está desarrollada con sinceridad y ajustada observación por un autor
que se arriesgó a ser tildado de catártico (e incluso de misógino). Mención
aparte merece todo el elenco, que ofrece un trabajo destacable, poniendo a
la historia y a los personajes por delante de sus nombres propios y de sus
lucimientos personales.
Javier Luzi
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