Hoy la realidad de Afganistán es bien conocida en Occidente a causa de la
guerra que está librándose en su territorio, pero cuando Mohsen Makhmalbaf
decidió filmar Kandahar, hace dos años, su propósito fue denunciar
una situación social entonces casi ignorada. El prestigioso realizador iraní
presentó su film en el último Festival de Cannes del pasado mes de mayo
causando un fuerte impacto, por su testimonio sobre la desesperante
condición de mujeres y hombres que viven en un país desolado, acosado por la
enfermedad, el hambre, la postergación de la mujer y las secuelas de su
guerra con la Unión Soviética. Después de los hechos del 11 de septiembre,
esa situación pasó al dominio de la opinión pública.Kandahar
cuenta una historia real y pequeña, a través de la cual muestra el
territorio y la gente sobre la que hoy los Estados Unidos descargan todo su
poder bélico. Nafas, una periodista que hace 10 años emigró a Canadá, decide
volver a su patria en busca de su hermana menor, que ha permanecido en la
ciudad de Kandahar, lugar sagrado talibán. Desesperada por la condición
dramática de la mujer –que en cada momento es identificada como una cárcel–
la muchachita le ha anunciado su suicidio. Nafas entra a Afganistán desde
Irán, pero el viaje en rescate de su hermana no será fácil. Ante la
imposibilidad para una mujer de viajar sola por los caminos, y casi sin
medios de transporte, deberá afrontar una y otra dificultad, supeditada a la
voluntad y ayuda de los hombres, adultos y niños: deberá sobrellevar el
desierto, los asaltos, la enfermedad, las patrullas de inspección y el
hambre bajo la burka que la cubre completamente.
Como es habitual en el cine iraní, como sucede en Gabbeh, el cine
de Makhmalbaf se mueve entre la ficción y el documental: la historia tiene
un origen real, la actriz que interpreta a Nafas revive su propio pasado,
pues ella se había acercado al director con su drama pidiéndole ayuda para
llegar a Kandahar a salvar a una amiga desesperada. Ningún actor es
profesional, y no actúan muy bien. Sin embargo, la improvisación y la
espontaneidad agregan una dosis extra de realidad y dramatismo.
Quienes hayan sido impactados por la condición de la mujer que denunciaba
El círculo, de Jafar Panahi, quedarán sobrepasados por lo que vemos
en Kandahar, aunque cinematográficamente este film no tiene los
valores de aquél. Hoy sabemos que la mujer afgana no puede mostrar su cuerpo
ni su rostro en público, para salvaguardar su honor, y tampoco puede ir a la
escuela. Pero no deja de asombrarnos la consulta al médico, quien ante una
enfermedad no puede ver –mucho menos tocar- a la paciente, sino tan sólo
preguntar los síntomas a un niño, que oficia de intérprete, para elaborar un
diagnóstico. Nunca hasta ahora el cine había mostrado esos bultos informes
en los que se ha convertido la mujer afgana cubierta por su burka, negras
las viudas, multicolores las demás, como si en el color se depositara la
coquetería, como si el color pudiera paliar el ocultamiento. Resulta difícil
a la mentalidad occidental aceptar que esas son pautas culturales válidas
para todo un grupo étnico, pero Kandahar elige no profundizar en este
sentido.
Makhmalbaf filma magistralmente esos inmensos espacios de la nada, y el
movimiento de las masas que irrumpen en el vacío, en una película atemporal.
Y también echa una mirada esteticista sobre lo que más lastima. Es
particularmente patética –e impúdica- la escena en un campamento de la Cruz
Roja, donde un enorme grupo de campesinos espera sobre sus muletas las
piernas artificiales que reemplazarán las que han perdido al pisar alguna de
los millones de minas que siembran todo el territorio, y exhiben sus
mutilaciones. Y esa escena se complementa con la imagen surrealista de las
piernas de plástico que, arrojadas desde un helicóptero, caen en paracaídas
sobre la arena.
La música oriental, melancólica y sugerente, acentúa la desolación de
cada evento, la traslación de esos multicolores grupos de mujeres anónimas
por el desierto. Hoy la CNN anuncia que la realidad afgana mejorará después
de la guerra: no es éste el mensaje de la película, que no alienta
esperanzas para esas mujeres, presas en la cárcel de sus burkas.
Josefina Sartora