| Nico y Dani tienen 16 años, son vírgenes y están sin pareja. El papá
      de Dani partió de viaje, dejándolo solo en la casa –una muy bonita,
      cerca de una playa del Mediterráneo español–, y Nico, que vive en
      Barcelona, ha llegado para compartir estas vacaciones con su amigo. Nico y
      Dani tienen apuro, porque las hormonas empujan, y esto dará lugar a
      diversas experiencias dentro y fuera de la casa. Y sobre todo, a
      experimentos, que tendrán distintas consecuencias para uno y otro.
 El primero de estos experimentos se
      llama igual que la película de Cesc Gay (dicho sea de paso, codirector de Hotel Room
      junto al argentino Daniel Grimelberg). Al volver de un boliche en el que
      compartieron unos tragos con dos bellas jovencitas, cosa que los dejó calientes,
      uno propone "hacer un Krámpack", el otro acepta, y ambos
      comienzan a masturbarse simultáneamente. En este punto dos personas
      abandonaron decididamente la sala. La primera mitad del film avanza
      ágilmente. Poco después del Krámpack ya los tenemos en una segunda fase
      de experimentación: Nico y Dani ya no se masturban al unísono, sino que
      se hacen la paja el uno al otro. Algo más tarde Dani, que se
      entusiasma más que su amigo con estas prácticas, le pide a Nico que lo
      penetre desde atrás. Dicho y hecho. Esto determinó que otras cuatro
      personas dejaran sus butacas. Yo estuve lejos, muy lejos de
      asquearme, pero no dejó de sorprenderme la espontaneidad, la no
      conflictividad con que estos muchachitos encaran sus primeros pasos
      sexuales en el terreno de la homosexualidad.  Por
      un lado desconcierta, porque no suena del todo verosímil. Pero también queda claro que el relato (en el que Cesc Gay no juzga ni
      cuestiona para nada a sus personajes, ya que para eso –declaró– "están los curas y los
      jueces") plantea a los escarceos homosexuales como un puente, como un
      escalón posible entre la pubertad y la vida heterosexual adulta. En este
      sentido, las jovencitas del boliche, que se llaman Elena y Berta, estarán
      siempre allí, compartiendo salidas con los protagonistas, reboleando
      sus propias hormonas, seduciéndolos, lo que genera una tensión muy
      interesante en torno de dos variantes palpables, y a la vez opuestas, para
      la sexualidad presente y futura de ellos. Lo que resta verosimilitud, en
      definitiva, son tenues pero concretos desajustes en los diálogos, en las
      actuaciones y en el humor, que no siempre encuentran su sitio. Es que Krámpack
      tiene algo del cine de Eric Rohmer, pero
      le falta ese tono justo, difícil, esquivo, que el
      veterano realizador francés maneja como nadie a la hora de adentrarse en temas juveniles densos... con
      pinceladas ligeras.  Completamente demás está el
      personaje de Marianne (Myriam Mezieres), una inmigrante que trabaja de
      cocinera en casa de Dani, cuarentona atractiva que habla en cocoliche (no
      alcancé a descifrar el origen de su lengua) y nunca acierta con las
      posturas y los gestos. Algo parecido sucede con otros roles secundarios.
      Fernando Ramallo y Jordi Vilches, aunque desparejos, salen airosos en los
      roles centrales, lo que resulta doblemente meritorio habida cuenta del
      desafío interpretativo que implican todas esas secuencias subidas de
      tono. Marieta Orozco y Esther Nubiola, como Elena y Berta, no podrían
      estar mejor. Guillermo Ravaschino     
     |