Le
Quattro Volte
es tan humilde en sus materiales y en su objetivo (retratar un año en la
vida de una comunidad en Calabria) que logra disimular su enorme soberbia.
Soberbia porque el mundo en el que vivimos, el aquí y ahora, jamás se vio
tan bello, tan perfectamente crepuscular, y esa es una forma de atraparlo, disminuirlo, cristalizarlo.
También porque su atención en el devenir (humano, animal y vegetal) con esa
(falsa) estructura circular detecta y detenta un orden que no es un Orden
sino el resultado de lo contingente contra el telón de fondo de lo
imperecedero, y eternizarlo mediante el cine es, de alguna manera,
traicionarlo con traición justa, imponerle una certeza que le es ajena pero
poéticamente pertinente.
El film muestra
una serie de historias sobre transformaciones: la de un viejo pastor de
cabras moribundo que toma un polvo diluido en agua encontrado en (y
bendecido por) la iglesia local, que anticipa aquel en el que se terminará
transformando; la de una cabra recién nacida en sus primeras jornadas en el
mundo; y la de un enorme árbol que es sucesivamente instrumento de percusión
del viento, ornamento central de las festividades paganas de la comunidad y
su sostén económico en la fabricación casi ritual de carbón. En los momentos de
transición entre los episodios es tal vez donde la intención retórica de Le
Quattro Volte se hace más evidente, más infantil, más didáctica y
condescendiente. Pero al interior de los capítulos, Michelangelo Frammartino
nos transforma en testigos de lo transitorio sin por ello colocarnos por
encima, logrando una poética secular de lo natural que por momentos llega a
lo abiertamente anti-religioso, como en un enorme y virtuoso gag visual
resuelto en un solo plano protagonizado por un perro empecinado en boicotear
una procesión religiosa que reproduce el vía crucis cristiano.
Le Quattro Volte
parece suscribir a un cierto cuerpo de películas contemporáneas que retratan
sociedades o núcleos familiares al margen de la modernidad, en estrecha
relación con la naturaleza que los rodea (parte del paisaje y, a la vez, su
sustento vital) y las tradiciones heredadas, como podrían ser Tulpan
de Sergei Dvortsevoy, Border de Harutyun Khachatryan, Sweetgrass
de Ilisa Barbash y Lucien Castaing-Taylor o La vie moderne
de Raymond Depardon, para nombrar los últimos que aparecieron en el circuito
de festival. Film detenido en un tiempo arcaico e indeterminado, pero
moderno en su minimalismo, en su distancia y en su forma de quebrar los
límites de la representación, Le Quattro Volte es una extraña
experiencia, apasionante en su soberbia humildad.
Hernán Ballotta
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