El protagonista del decimosexto largometraje de Ken
Loach es un desempleado de la capital escocesa, Glasgow. Su nombre es Joe (Peter Mullan,
tan formidable como cuando compuso a uno de los veteranos de Corazón valiente).
Lo suyo es cobrar los mendrugos del seguro al desocupado y buscar una que otra changa a
escondidas de los sabuesos de Seguridad Social, que si lo pescan "trabajando" le
cortarán esas pocas libras que recibe cada dos semanas. Joe es alcohólico. Aunque hace
más de un año que no bebe, la borrachera lo acecha como un fantasma. También cultiva la
"pasión nacional" de Escocia, el fútbol, que lo tiene por director técnico de
un equipo de mala muerte integrado por amigos, casi todos desocupados de la región.
El talento de Loach para plasmar apuntes
proletarios vuelve a confirmarse. Se mueve como pocos sobre las barriadas populares,
capta ese ambiente, al que siente propio, con inusitado vigor. Y traspone el umbral de la
pantalla con el retrato vivo de las palpitaciones obreras. El cansino hablar de los
escoceses nunca fue más palpable (salvo, quizás, en Corazón valiente) y lo
mismo ocurre con el frío del arrabal (el que acusa el termómetro pero también el otro)
y con el calorcito que saben prodigarse los desposeídos. Verlos jugar al fútbol es
comprobar que no hay miseria capitalista capaz de quebrar del todo a los (ex)
trabajadores. En manos de Loach, la batalla colectiva por el dominio de la pelota vibra
con el fulgor de un ritual expansivo, liberador. Pero el fútbol no es más que un oasis
en la sufrida existencia del protagonista.
Un día Joe conoce a Sarah (Louise
Goodall), una asistente social de su edad, e inician un romance. Pero la reincidencia
alcohólica y la necesidad aquí, más que nunca, madre de todos los
pecados no dejan de sobrevolarlo. Tampoco el espíritu solidario. Hete que uno de sus
jugadores (en ese equipo al que llaman "Dream Team" aunque no tiene nada que ver
con Boca) está desbordado de problemas. Supo ser dealer de McGowan, el capomafia
municipal, con quien mantiene una deuda que pone en riesgo su vida y la de su novia. Joe
se hará cargo de saldarla... con un par de "trabajitos" que pondrán a prueba
la paciencia, y los nervios, de su flamante pareja. Loach hace crecer la tensión en torno
de estas peripecias.
El problema es que el director, con el
fin de elevar todavía más el voltaje de la trama, fuerza a Sarah a asumir una posición
demasiado cerrada y prejuiciosa. Un crítico de Internet (que no es éste sino el de
"Film Scouts") opinó que "la asistente social está demasiado ocupada con
'el pueblo' para atender a Joe". Pero el perfil de Sarah no era ese. La cuestión es
que ella amenaza con abandonarlo y él, desesperado por retenerla, se embarcará en un
camino sin retorno, enfrentando a McGowan y sacrificando la forma de vida que, con no poco
esfuerzo, se había impuesto durante los últimos catorce meses.
Guillermo Ravaschino
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