Los primeros minutos de El mundo de Andy
nos muestran a Jim Carrey haciendo el pavote. ¿Otra vez sopa? ¿Otro muñeco desencajado
y descerebrado de esos a los que nos tenía acostumbrados Carrey antes de diplomarse de
"serio" con The Truman Show? No exactamente. Esta película tiene poco
que ver con las monigotadas del viejo Jim, y bastante con la anterior película de Milos
Forman, Larry Flynt. Como en aquella, el cineasta checoslovaco vuelve a encarar
la biografía libre de un personaje famoso. Allí se trataba del más célebre pornógrafo
norteamericano. Aquí, de un comediante que conoció la fama y la gloria de la televisión
a comienzos de los '80, tras protagonizar Taxi famosa sitcom de la
época y encabezar varias temporadas del Saturday Night Live. Poco más tarde cayó
en desgracia, cuando en nombre del escaso rating los directivos de los canales le bajaron el
pulgar. Sólo después de su muerte, acaecida en 1984, Andy Kaufman volvió a brillar en
la memoria colectiva estadounidense, que hoy lo recuerda como a un grande.El mundo de Andy no sólo se las arregla para
desvanecer prontamente al fantasma del monigote que fue Carrey, sino que lo hace de un
modo funcional. Este Andy Kaufman no es ajeno a las payasadas; ellas forman parte
de su condición de comediante. Pero esa es la profesión de Kaufman. Y su personalidad
(¡eso que les faltaba a los "detectives de animales" y a los
"retontos" del otro Jim!) no se agota allí. El monigote es un
personaje del personaje, una ficción dentro de la ficción. Más aun: una criatura de la
que el propio Andy, en más de una ocasión, reniega. No estamos pues
"obligados" a reírnos de sus gracias, sino a aceptarlas como una porción de la
historia que se nos narra. Una historia que ofrece tantos toques cómicos como amargos, e
incluso trágicos. La yapa, el plus, es que Jim Carrey nunca había resultado tan
humanamente cómico como en El mundo de Andy. Antes era una máquina
compulsiva, el artefacto de un humor reiterativo y mecánico. Acá se consagra como actor.
El estrellato de Andy Kaufman no es inmediato. A sus
primeros pasos, que fueron los de un sufrido stand up comedian en
locales de medio pelo, Forman los aprovecha para volver a hacer lo que mejor sabe: plasmar
con hondura y ritmo largas evoluciones humanas. Ya lo hizo con el pornógrafo (aunque tal
vez ahí se acaban los méritos de Larry Flynt). Aquí, unas pocas secuencias le
permiten resolver, y a nosotros saborear, esa tarea que los cómicos comparten con el
resto de los artistas: la búsqueda de sus mejores formas. La persecución, a veces a
conciencia y otras al tuntún, de esa cuerda propia, única, original, que es
capaz de traducirse en obras. Andy la encuentra... pero no siempre la hará
vibrar. Esclava de las mediciones de audiencia que inicialmente lo favorecen, la TV
instala prontamente a este hombre en el trono de los ídolos masivos. Y ya se sabe:
"lo difícil no es llegar, sino mantenerse". Pero El mundo de Andy
ilumina la frase desde otro ángulo, ya que el rating dista de ser la única prenda de las
disputas entre Kaufman y los ejecutivos. Antes bien, sus ganas de divertirse (y no sólo
al público), su espíritu innovador, sus ínfulas de improvisador genial parecen estar en
la base del conflicto. Cierto es que Andy no carece de toques lunáticos: entre sus
numerosos roles se cuentan el de miembro de una secta mística y el de inspirador de un
campeonato de lucha libre en el que combate... contra mujeres. Pero lo que lo convierte en
un outsider no son sus caprichos sino sus principios. Esos que lo llevan a
confrontar para dar lo mejor de sí a contrapelo de las empresas, y por momentos del
público, que le reclaman lo más tonto de su repertorio. A esta batalla no le faltan
emociones. Ni romanticismo.
Otro que se luce, y más que de costumbre, es Danny
DeVito como el representante y amigo del protagonista. Courtney Love, que hace a Mrs.
Kaufman, está tan hermosa como siempre y vuelve a demostrar una vitalidad de la que muy
pocas actrices contemporáneas pueden darse el lujo. El resto del elenco no desentona. Y
entre los muchos personajes de Andy Kaufman figura Tony Clifton, una cruza de Salvador
Dalí con el Pato Donald y un italiano bruto que merece un lugar entre las pocas criaturas
irresistibles que ha dado el cine del fin de siglo.
Guillermo Ravaschino
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