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NOCHE DIABOLICA
(Reeker)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Dave Payne, con Derek Richardson, Devon Gummersall, Tina Illman, Scott Whyte, Arielle Kebbel.



Noche diabólica va del minimalismo a lo barroco. Bueno, quizá minimalista es una palabra un poco fuerte para adjetivar el comienzo de una película en cuya primera secuencia aparece un perro sin sus patas traseras y un tipo sin la mitad de su cara. Pero descontando esa parte (que, por otro lado, no tiene ni las más mínima relación con el resto de la película), el verdadero principio de la película (llamémoslo el “segundo principio”) y sus quince minutos subsiguientes son relativamente minimalistas. Es decir, se logra mucho, o bastante, o por lo menos algo, con pocos elementos. Un comienzo de película económico, digamos. Contenido. Después se van agregando una cantidad increíble de elementos. Y cuando la película está saturada de elementos y ya no queda ninguno por agregar, la película se termina.

Empecemos por el “minimalismo”. Hay cinco personajes característicos (un chico drogón que sólo quiere divertirse, otro chico drogón que sólo quiere divertirse, una chica que es muy precavida, otra chica que es más suelta de cuerpo y también más tonta, y un ciego que es ciego), hay un espacio en el que transcurre casi toda la película (un motel-estación de servicio en la mitad de una ruta en el desierto), un problema (se quedan sin nafta precisamente en esa estación de servicio-motel) y un misterio (en esa estación de servicio no hay nadie, en ningún lado hay nadie y no pasan autos). La fotografía, especialmente los encuadres, pero también la iluminación, es o empieza siendo contenida, lo cual es raro en una película de terror. Y esta decisión, muy rescatable por cierto, logra transmitir o acentuar o reproducir con éxito la sensación de vacío y de despojo que sienten los chicos, que, después de todo, están varados, solos y sin nafta, en la mitad del desierto de la América profunda. Y por ahora eso es todo. Es poco pero genera bastante.

Pero la película tiene que avanzar y llegamos así a lo barroco. Con el correr de los minutos se van agregando elementos. Elementos en sentido literal (frascos con cosas, adminículos filosos, una Biblia manchada de sangre y de inscripciones indescifrables) y elementos narrativos (aparece gente mutilada que después desaparece, aparece un camionero que no encuentra a su esposa por ningún lado, aparece un dealer enojado con uno de los chicos que le robó como 500 pastillas de éxtasis, empiezan a sentirse unos olores perturbadores primero y mortíferos después, y muchas cosas más). El mal va materializándose y desmaterializándose de varias y variadas formas. No necesariamente en este orden, los chicos se enteran de que todas las rutas están cerradas, algunos van a pedir ayuda, otros se mueren, una de las chicas se toma una pastilla de éxtasis, algunos charlan y se enamoran, y todos tienen miedo. Además de espectros y gente mutilada, también aparecen y desaparecen unos flashbacks confusos y casi abstractos que, cosa rara, no tienen dueños. Esto es, no sabemos de qué son los flashbacks o a la memoria de quién pertenecen, pero ahí están. Y sólo se “explicarán” al final. Y para no seguir contando cosas, retomo lo que decía al principio: los elementos se suman para que el misterio crezca. Pero el misterio no crece. Y no crece porque la mezcla y la acumulación de elementos terminan haciendo que se anulen entre sí. ¿Cómo se puede, por ejemplo, conciliar lo sutil/etéreo (olores amenazantes, misterios aludidos, muertes silenciosas) con lo explícito/grotesco (gente descuartizada arrastrándose por el piso, el rostro esquelético de la muerte)? No sé cómo, pero esta película no lo logra.

Cerca del final la ecuación se aclara un poco (si no quieren saber de qué modo se aclara... salten ya mismo al próximo párrafo) y resulta, desmintiendo cosas que ya habíamos visto, que los malos no eran ni fantasmas ni zombies ni un gas letal, sino La Muerte en persona. La Muerte tiene una textura acuosa y mata a los chicos respirándoles en la cara. Todavía más cerca del final todo lo que veníamos viendo termina de aclararse por medio de una gran vuelta de tuerca que deja muchísimos cabos sueltos.

En cierto sentido, Noche diabólica es un disparate parecido al de Identidad (2003, dirigida por James Mangold), esa buena película que también transcurría en un motel en la mitad del desierto, en la que también pasaban cosas raras sin que nadie entendiera por qué, pero que ganaba puntos porque se asumía de principio a fin como un disparate. Esta no. Esta, aun siendo disfrutable, es bastante mamarrachesca, y lo es más por impericia que por voluntad.

Ezequiel Schmoller      

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