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NUESTROS
AÑOS DORADOS
(The Golden Bowl)
Francia-Inglaterra,
1999 |
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Dirigida por James Ivory, con Uma Thurman, Nick Nolte, Anjelica Huston, Kate Beckinsale, Jeremy Northam, James Fox.
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El tándem formado por el director
James Ivory, el productor Ismael Merchant y la guionista Ruth Prawer
Jhabvala nos ha dado sobradas pruebas de su admiración por la literatura
de los primeros años del siglo XX, trasladando al cine novelas de E.M.
Forster y Henry James, con lujosos ambientes de caballeros y damas
elegantes, en los que se refleja la transferencia del poder social y
económico desde la clase noble europea a una burguesía en ascenso,
predominantemente norteamericana. Así, hemos visto joyas como Lo que
queda del día y La mansión Howard, en las que llevaron esa
combinación de elementos a su mejor expresión. Nuestros años dorados,
adaptación de una obra de James, es otra variación sobre el mismo tema,
y por cierto la peor, hasta ahora. Todo lo que en las películas
mencionadas –o en Los europeos y en Los bostonianos,
también adaptaciones de James– sirvió para el placer de los sentidos y
la reflexión social, es aquí una cáscara hueca, un regodeo en la
recreación de época carente de interés y tensión narrativa.
La película gira alrededor de un cuadrángulo amoroso e incestuoso:
Maggie Verver es la hija de un millonario yanqui viudo y coleccionista de
arte, quien ha adquirido para marido de su hija a un noble italiano sin
dinero pero con palazzo, en un trueque de título y modales nobles
por lujos y una vida fácil. Sin embargo, el príncipe tiene un pasado
inconfesado con una amiga de su esposa, quien en poco tiempo seduce al
magnate y se casa con él, para estar cerca de su amante y completar esta
familia disfuncional. En la que reinan los silencios sabios y la
hipocresía. La red se complica por la íntima relación que sostienen
padre e hija, quienes prefieren la mutua compañía a la de sus
respectivos cónyuges, que se consolarán juntos, naturalmente. Anjelica
Huston es la Celestina cuyas maniobras no funcionan como ella había
esperado. La historia va avanzando movida por el deseo voraz de los
personajes: mientras los jóvenes acumulan engaños, mentiras y sospechas,
Verver acopia posesiones, dibujos de Rafael, palacios que alquila para
pasar temporadas en familia y todo tipo de objetos de arte. Su proyecto es
la creación de un museo en la ciudad que lo ha hecho rico, para llevar la
cultura europea a su país, como sueña todo millonario americano que se
precie. Viejas tomas de época –y otras que simulan serlo– ilustran la
pujanza del país en crecimiento, donde la construcción de una estación
de tren sería más apreciada que un museo.
No se han escatimado esfuerzos en la producción a todo lujo para
recrear la Inglaterra de los primeros años del siglo, y el elenco es de
primera línea: sin embargo, Nick Nolte, Uma Thurman, Anjelica Huston,
Kate Beckinsale, Jeremy Northam y James Fox no alcanzan para sostener la
narración y vagan desorientados por un guión reiterativo. La historia va
desgranándose sin sorpresas, con situaciones obvias y sin vitalidad: una
vez planteado el conflicto, no hay más que repeticiones de lo mismo, que
llevan rápidamente a la asfixia y el tedio. Nolte está contenido,
incómodo en su ropa de etiqueta, Northam totalmente desubicado en su
personaje de ambiguo italiano, y Uma Thurman, la ambiciosa Charlotte, algo
desbordada en su incursión en el melodrama.
El título original, La copa dorada, alude a un símbolo grueso,
muy grueso de la situación que viven los protagonistas. Otro símbolo
obvio es el de los dos matrimonios, del triunfo del dinero americano sobre
la cultura europea.
Durante más de dos horas asistimos a una puesta en escena abrumadora
de ambientes elegantes, gusto artístico exquisito y vestuario
esplendoroso, que no dejará satisfechos ni siquiera a aquellos que buscan
en el cine un espectáculo agradable a la vista.
Josefina Sartora
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