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EL OJO
(Jian Gui)

Hong Kong, 2002


Dirigida por Oxide Pang y Danny Pang, con Angelica Lee, Lawrence Chou, Chutcha Rujinanon, Yut Lai So, Candy Lo, Yin Ping Ko, Edmund Chen
.



La ola de terror oriental sigue invadiendo estas latitudes. Varias razones pueden explicar el fenómeno: la falta de ideas y nuevos talentos en Hollywood, el retiro de Europa de la producción de films de género, la inobjetable calidad de algunos de estos productos. Además de las conocidas sagas The Ring y Ju-on, que ya tuvieron sus correspondientes versiones americanas, películas como Audition, Memento Mori y los films de fantasmas de Kiyoshi Kurosawa plantean una recuperación de las claves modernas del género, alejadas de la supuesta renovación en clave irónica propuesta por Scream y sucedáneos, que simplemente quedó en eso. Y lo que es más importante: logran asustar. Sin embargo, ese no es el caso de El ojo. Al menos no en su totalidad. El minimalismo de la puesta de escena y la paciente construcción de la atmósfera de tantos films japoneses aquí brillan por su ausencia. A cambio, tenemos toda la desmesura estética propia del cine de Hong Kong.

El film de los hermanos Pang, que narra la historia de una joven ciega (Angelica Lee) que recupera la vista gracias a una operación de córnea y empieza a tener horrorosas visiones de fantasmas, arranca bien, desplegando todo un arsenal de recursos visuales de impacto y construyendo efectivas secuencias de terror que enfatizan el aislamiento y la alienación de la protagonista ante el nuevo mundo que se le abre. Pero una vez que tiene que desarrollar la historia y los personajes, cae en lugares comunes y pierde el vigor narrativo del inicio.

En la primera mitad se concentran los momentos más álgidos y los mejores hallazgos visuales del film. Los juegos con el punto de vista y el fuera de foco, así como el buen uso de la música y los efectos sonoros, le dan a las apariciones fantasmales un tono misterioso y truculento que, sin entrar en la estética gore, logra generar más de un escalofrío. Hay que destacar especialmente el momento en que cierto espectro se le echa encima a la protagonista y la angustiante escena del ascensor.

Pero llega un momento en que los hermanos Pang ya no pueden sorprender –o engañar– más a su público y la película opera un giro de guión que, además de ser previsible, entierra a la historia en un farragoso episodio en el que la protagonista y su médico viajan a un pueblo de Tailandia a investigar el pasado de la donante. Allí se pierde toda la dinámica y el misterio que habían creado las imágenes del principio.

Una vez que vuelven, ya es demasiado tarde. Ni siquiera el aparatoso y catastrófico clímax (muy similar al de Mensajero de la oscuridad, aquel thriller sobrenatural con Richard Gere) es capaz de generar sobresalto alguno. Por lo que el resultado está más cerca de un film de clase B con dos buenas ideas que de un relato de terror hecho y derecho. Claro que a los ejecutivos de Hollywood poco les importa: aprovechando el filón de remakes orientales, ya anunciaron la versión americana de El ojo.

Juan Alsinet      


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