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OPERACION FANGIO

Argentina-Cuba-España, 1999


Dirigida por Alberto Lecchi, con Darío Grandinetti, Laura Ramos, Fernando Guillén.



E
l cuarto largometraje del argentino Alberto Lecchi es una coproducción filmada por encargo. Y si bien es cierto que esto no equivale necesariamente a un film malo o despreciable, también lo es que este tipo de películas están más expuestas que otras a incurrir en ciertos vicios irritantes, empezando por personajes extranjeros imposibles –generalmente inmigrantes o turistas- en el caso de las coproducciones y por una aplastante falta de personalidad en el caso de las películas por encargo. Operación Fangio esquiva más o menos dignamente los vicios de las coproducciones. Lo que la hiere de muerte es el desgano de las obras por encargo.

La historia ocurre en Cuba y reconstruye un sonado evento real que precedió en pocos meses a la triunfante revolución encabezada por Fidel Castro:el secuestro de Juan Manuel Fangio, quíntuple campeón mundial de Fórmula 1, por parte de un comando del castrista Movimiento 26 de Julio. Fue en febrero del ’58, en ocasión del segundo Gran Premio de La Habana, auspiciado –y explotado políticamente– por el dictador Fulgencio Batista. El secuestro fue un gran éxito para la guerrilla, que retuvo a Fangio el tiempo necesario como para privar a la ceremonia deportiva de su principal animador y, cumplido ese objetivo, lo liberó ileso.

No hay un solo rasgo personal, original, mínimamente vigoroso que sugiera que esta empresa  –el film– tuvo otra razón de ser que la de convertirse en un negocio. Y esto resulta particularmente lamentable en la medida en que Operación Fangio recrea un operativo en el que hombres y mujeres arriesgaron sus vidas en haras de un proyecto político. Es decir, una acción que está en las antípodas de cualquier "negocio".

El film de Lecchi (Perdido por perdido, El dedo en la llaga) no deja de exhibir logros puntuales. Una prolija puesta en época que incluye a la famosa Maseratti del piloto de Balcarce y a la Ferrari de su némesis, Stirling Moss. Un atendible empeño por honrar debidamente a la guerrilla, que no tenía nada personal contra el campeón y no sólo lo trató muy bien, sino que se esforzó por hacerle comprender la causa. Una encomiable actuación de Darío Grandinetti, que se parece poco o nada al quíntuple campeón pero se le aproxima desde lo gestual: hace a un Fangio bienvenidamente campechano, parsimonioso.

Pero el desgano de la obra es tan visceral que cada uno de estos méritos acaba volviéndose en su contra. Los automóviles se ven muy bien... pero avanzan increíblemente despacio. Los diálogos, sin ser falsos, resultan tan insípidos y rutinarios que uno termina sospechando que no los rige la verdad histórica sino los consejos de algún oscuro funcionario actual (el film recibió todo el apoyo del organismo cinematográfico cubano). Y cuesta creer que a ese hombre que fue encumbrado ejecutivo y accionista de Mercedes Benz –me refiero por supuesto a don Juan Manuel– unas pocas horas le alcancen para digerir los motivos últimos de los jóvenes que lo tienen cautivo.

Las miradas que se cruza Fangio con una hermosa y malactuada secuestradora son un capítulo aparte, casi tan patético como algunos tiroteos que recuerdan a los de la teleserie El zorro.

Guillermo Ravaschino     

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