Los años le dieron su lugar (en el olvido) a aquel Orfeo negro de 1959, dirigido
por Marcel Camus e inflado por la Palma de Oro de Cannes, envuelto en lustroso celofán y
magníficamente arropado por la música de Vinicius y Jobim. En verdad, las bellas
canciones fueron lo único que perduró de aquella traslación turística del mito griego.
Es decir, el olímpico Orfeo, músico y versero, seductor incontrolable de bestias,
tormentas, hombres y mujeres.Aunque en su
momento hubo una complacencia mundial bastante generalizada para con Orfeo negro,
el realizador de esta nueva versión de la leyenda que se llama Orfeo, a secas,
dice que en el 59 vio con mucha decepción el film de Camus (que, de movida,
intentó basarse en el Orfeo de la Concepción, de origen teatral). Y las gacetillas
facilitadas por la distribuidora (Warner), de inusual calidad informativa, recuerdan que a
Vinicius no le había gustado el guión y menos todavía la realización cinematográfica
de aquellas fechas. Además, citan las severas críticas de Jean-Luc Godard, quien acusó
a la película tan premiada de traicionar la cultura y la realidad social del Brasil de
fines de los 50. Así es que este nuevo Orfeo, dirigido por Carlos Diegues (Bye,
Bye, Brasil), se presentaba en los papeles como la reivindicación del espectáculo
teatral original. Una suerte de regreso a las fuentes con supuestamente el
marco de la genuina favela de la actualidad, desde luego más poblada y empobrecida que
hace 40 años. Y en consecuencia, prometía por un lado la recuperación de personajes y
situaciones tergiversados en Orfeo negro y, como si esto fuera poco, un cuadro de
situación vigente de los excluidos en esos guetos de pobreza que son como en la
Argentina las villas las favelas.
Muchas declaraciones de principios y excesivas
pretensiones para un magro y tedioso resultado. Del que, por otra parte, se puede
sospechar que, aun denostándolo, intentó sacar partido indirecto del exitoso Orfeo
negro de antaño. Es cierto: en el Orfeo de Diegues la favela es un poco más
miserable y se muestra a policías arbitrarios, violentos y corruptos. Pero al cabo, este
film se zambulle de lleno en el "folklore" del que parecía abominar su
realizador, al menos de palabra. Y no sólo no consigue transmitir la tragedia de los
desposeídos y menos todavía la tan breve como intensa historia de amor de Orfeo y
Eurídice, sino que se solaza largamente con tomas del carnaval brasileño, con las
multitudinarias escolas do samba derrochando ritmo, brillo y color. Todo muy
bonito para el ojo turístico, pero lejos de la mirada desde adentro que se anunciaba
enfáticamente. Para colmo, el tal Tonio Garrido es el Orfeo menos encantador y más
inexpresivo que se pueda imaginar. Patrica Franca da la impresión de ser mejor
intérprete, lástima que la película casi no le da oportunidad de demostrarlo.
Moira Soto
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