Es una verdadera lástima que en los cines no exista una modalidad de pago
de entrada proporcional al tiempo que el espectador necesita para saber qué
es lo que cuentan las películas. Si tal metodología existiera, aquellos
que fueran a ver Otoño en Nueva York sólo necesitarían pagar lo
correspondiente a 15 minutos de función. En ese corto lapso y con la
información que proporciona el slogan del afiche publicitario ("El se
enamoró por primera vez, ella se enamoró para siempre"), los
espectadores ya podrían saber a ciencia cierta qué es lo que pasará
minuto a minuto en esta comedia romántica de las peores que ha ofrecido
Hollywood.
La pareja de enamorados (Charlotte y Will) está interpretada por Winona
Ryder y Richard Gere, dos superestrellas que demuestran su franco estado de
decadencia. Nada se le puede creer a Richard Gere y menos a su joven
enamorada.
En la ficción Winona tiene 22 años (sí, seguro...), él cerca de 50.
Ella es una mujer "única": diseña sombreros, vive con su abuela
porque sus padres murieron en un accidente y se cultiva con la poesía de
Emily Dickinson. Este personaje parece un ideal femenino extraído del mundo
de Eliseo Subiela. Como demostración, allí están las penosas metáforas
que la comparan con las aves (la famosa mujer que "puede volar").
En cambio, la única poesía que él recepta al menos hasta que la conoce
a ella proviene del aroma y el sabor de la comida porque es dueño de un
exquisito restaurante de Nueva York. Will conoció a la madre de Charlotte
cuando era joven y siempre fue un mujeriego temeroso del amor.
Como corresponde, porque es necesaria una trama, hay un obstáculo que
impide la concreción de este amor apasionado y tierno. Contra lo que indica cualquier lógica
o sentido común, lo que conspira
contra ellos no es la diferencia de edad, ni la dureza de él para demostrar
sus sentimientos o su infidelidad compulsiva. Lo que confabula y trunca la
felicidad de ambos es... ¡la enfermedad terminal de Charlotte! Una manía
norteamericana que tiene una trayectoria tan larga como la del cine
industrial.
Pero el melodrama no sólo reside en este hecho: también hay hijos
abandonados, padres abominables y lágrimas, muchas lágrimas que este
forzado guión aspira a extraer de los espectadores sin lograrlo.
La directora es Joan Chen, una famosa actriz china a la que hemos visto en El último emperador
y en Twin Peaks. Ojalá que Chen vuelva a poner toda su energía en la actuación y deje para
los mercenarios películas tan aburridas, convencionales y melodramáticas
como esta.