Con Los otros, Alejandro Amenábar retrocedió cinco años, que es
el tiempo que ha pasado desde su opera prima Tesis. Una película
de terror-suspenso, como esta, que empezaba bien, bastante arriba,
generando expectativas que después, sin embargo, no conseguía sostener.
Y entonces se recostaba sobre un ejército de clisés que acababan
sepultándolas. Igual que acá. Abre los ojos, rodada en 1997 y
enrolada en el mismo genero, sigue siendo por lejos el mejor film de
Amenábar.
Lo que distingue
a Los otros es que ha sido financiada con capitales yanquis, que
permitieron la contratación de Nicole Kidman para el protagónico. Y está
muy bien como Grace, que junto a sus hijitos (tierno, chiquito él;
más avispada y algo maquinadora ella) habita una enorme casona
aislada en algún punto de la campiña europea. Corre la segunda posguerra
mundial y de Charles, marido de Grace, no se tienen noticias desde que partió al
frente de batalla, años ha. Nadie espera tenerlas. Los niños sufren una
singularísima alergia que les impide exponerse a los rayos del sol, e
incluso a cualquier caudal lumínico superior al que entrega un farol de
vela. Viven propiamente en las tinieblas, celosamente garantizadas por esta
madre que diseñó todo un sistema de cortinas, llaves y puertas –cerradas
por esas llaves– para sostener esa oscuridad cueste lo que cueste. Un día
un matrimonio mayor y su hija muda son contratados en calidad de amos de llaves y
maestranza. Vivirán allí. Hasta aquí el planteamiento, que se completa
con alguno que otro ruido raro y otros signos de que alguien más (¿algo
más?) puede estar compartiendo la vivienda.
No está de más destacar
la puesta en escena, muy ceñida, casi acotada a los interiores, con un estilo
tan preciso, austero y prolijo que llega a recordar a Alfred Hitchcock. Lo
mismo sucede con la iluminación. Pero por largo rato no habrá una sola novedad de peso que empuje al relato hacia
adelante. Lo que hace Los otros en este punto es estirarse,
reiterarse. Y entonces empieza a cansar. La música incidental, que ya no es
hitchcockeana sino hollywoodiana (machacona, industrial), estropea un poquito
más las cosas.
De lo que resta no
contaré nada. Deben saber que Amenábar no guarda grandes ni pequeñas
ideas originales en su manga. Las ideas ajenas sí que están allí; son
medianas. Pero surgen tarde, y han sido utilizadas tantas veces (por el
cine, la literatura y la TV, y no sólo de terror-suspenso sino de ciencia
ficción) que uno se las ve venir a la legua. Para peor –y hablando en
porteño–, la implementación de estas ideas es de lo más berreta. No
puedo despedirme sin recomendarles la película de terror-suspenso que mejor
uso hizo de estas mismas ideas: Carnaval de almas (Carnival Of
Souls). Es una obra maestra de
la clase B, la dirigió Harold Herk Harvey en 1962 y no se consigue
fácil. Pero vale la pena. Búsquenla, véanla, noten la diferencia.
Guillermo Ravaschino
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