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PLANET TERROR

Estados Unidos, 2007



Dirigida por Robert Rodríguez, con Bruce Willis, Rose McGowan, Freddy Rodríguez, Josh Brolin,  Marley Shelton, Jeff Fahey, Naveen Andrews, Michael Biehn.



Aunque muchos ya estén enterados, hay que comenzar con algunas aclaraciones importantes. Lo que en la Argentina se estrena como Planet Terror fue en un principio concebido como parte de un film doble, titulado Grindhouse, y compuesto a su vez por dos largometrajes. El otro largo que lo completaba es Death Proof de Quentin Tarantino que por ahora permanece inédito en nuestro país, y ambos estaban unidos por cuatro falsos trailers dirigidos por Rob Zombie, Eli Roth, Edgar Wright y el mismo Robert Rodríguez, responsable del título que nos convoca ahora. Grindhouse proponía recrear los programas de las salas de cine "en continuado" que décadas atrás supieron llevar ese mismo nombre en los Estados Unidos, dedicadas a proyectar comúnmente producciones clase B centradas en temáticas violentas y/o lavadamente sexuales ("sexploitation"). Pero el fracaso comercial de Grindhouse en su país de origen al momento de su estreno fue tal, que los hermanos Weinstein –productores ejecutivos de la dupla Tarantino-Rodríguez–, ávidos por salvar algunos millones de sus cuentas bancarias, decidieron distribuirla, tanto en el resto del mundo como localmente en DVD, por separado y en versión extendida. Una operación similar a la que emprendieron con los dos volúmenes de Kill Bill. Por lo tanto, lo que podemos ver ahora en la pantalla grande es, lamentablemente, una parte mutilada de la experiencia Grindhouse (algo que bien podía tomarse como un mero revival, pero también como el lugar de resistencia de un cierto modo de ver y vivir cine que está prácticamente extinto). Claro está, ya nadie tiene tiempo, ni dinero, ni ganas como para ver dos películas seguidas en una misma sala. Es más, ya nadie parece ir siquiera al cine por estos días.

Por suerte, la que nos llega aunque con retraso y muy a pesar de las ventajas publicitarias que hubiera proporcionado el apellido Tarantino es la mejor de las dos mitades de la torta, la de Robert Rodríguez. Si hubiera que usar una metáfora para definir esta película, se podría decir que es una ametralladora. Una ametralladora rápida, furiosa y humeante como la que ostenta su protagonista en los afiches promocionales que se pueden ver por las calles. Una que no para ni por un segundo de disparar citas cinéfilas, como también acción, humor, vísceras y, lo más importante, ideas cinematográficas.

Con Planet Terror Rodríguez propone recrear a puro talento y velocidad aquellas películas de terror y zombies de bajo presupuesto de los setenta y ochenta, apoderándose del verosímil instaurado por estas mismas. Lo que le permite correr con una ventaja: todo lo que está mal en ella, en definitiva, está bien; porque remite a un tipo de cine donde lo "mal hecho" era una marca distintiva. Por eso tal vez sea una de las películas más felices del director, porque todo lo que hacía ruido o lucía defectuoso en sus trabajos anteriores (caso Erase una vez en México), como ciertos diálogos risibles o esas escenas de acción delirantes que tanto suelen gustarle, terminan calzando perfectamente en esta ocasión. Aunque cabe destacar que, como director, Rodríguez sabe hacer mal las cosas con un virtuosismo único. Así lo demuestra con la ridícula conversación que comparten Cherry y El Wray en la escena del bar (esa en que él le dice: "For me... you will ever be Palomita"), y que no tiene desperdicio; o con el armado de algunas escenas de efectos especiales, que permiten contemplar trucas baratas de montaje tal como sucedía en ese cine de hace unas décadas. O hasta cuando decide hacer el número del "rollo perdido" (de celuloide) omitiendo información importantísima, pero haciendo ganar ritmo y vértigo a la trama. Lo único que parece fuera de lugar en todo este zafarrancho es el elemento digital siempre presente en el cine del director, porque el cine al que le rinde tributo es un cine analógico y artesanal. Uno en el cual oficios como los de maquetista o maquillador todavía no habían sido reemplazados por nerds y programas de computadora.

Más allá de todo esto hay una historia en Planet Terror, y es la de un grupo de gente que debe pelear por sobrevivir a un holocausto zombie. Ahora bien: Rodríguez sabe que el tipo de cine al que hace referencia no es uno que se caracterice por la densidad dramática de sus guiones o la profundidad psicológica de sus personajes, sino más bien un cine recordado por otros motivos, tal vez menores o anecdóticos; es decir: por alguna escenita aislada, por cierto memorable tic de sus personajes. Películas que podían ofrecer no mucho más que un par de modos interesantes de asesinar a unas victimas o alguna persecución de autos espectacular, y que con eso solo ya lograban permanecer en la cabeza de los espectadores durante un rato largo. En este sentido, un caso ejemplar es el de la filmografía (toda) de Dario Argento, un tipo que siempre se dedicó a filmar el mismo cuentito, pero diseñando en una película tras otra asesinatos memorables. Tal es así que Planet Terror no cuenta ni con una gran historia ni con grandes personajes, pero se la recuerda y recordará como esa película en la que una mina lleva por pierna una ametralladora, o en la que a Tarantino, que aquí es actor, se le derrite literalmente su aparato reproductor, o en la que un tipo subido a una moto de juguete destroza a decenas de zombies a través de una carretera.

Pero tal vez lo que convierte en una muy buena película a Planet Terror (a diferencia de lo que ocurre con Death Proof) no es tanto la calidad y la destreza con que Robert Rodríguez recupera la superficie de este tipo de cine, sino su esencia: aquel tinte político con que muchas veces directores como George Romero o John Carpenter (a quien en un inicio Rodríguez convocó para que compusiera la música del film y con quién comparte su interés por producir un cine de género en autonomía y libertad) supieron impregnarlo. Por eso aquí, este valioso director texano no deja de hacer sus comentarios sobre la desconfianza que le genera la versión oficial sobre las Torres Gemelas y la "Guerra contra el Terrorismo" del gobierno de Bush, y no se priva de cuestionar el envío de tropas a Irak y Afganistán. Ni, más en general, de manifestarse sobre la podredumbre que emana de las zanjas de su país. Un país capaz de atacar a sus propios soldados durante la guerra, como a sus propias películas por no ser lo suficientemente eficaces en la taquilla.

Juan Schmidt      

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