Aunque muchos ya estén enterados, hay que comenzar con algunas aclaraciones
importantes. Lo que en la Argentina se estrena como
Planet Terror fue en un principio concebido como parte
de un film doble, titulado
Grindhouse, y compuesto a su vez por dos largometrajes.
El otro largo que lo completaba es
Death Proof
de Quentin Tarantino
–que por ahora permanece inédito en nuestro país–, y
ambos estaban unidos por cuatro falsos trailers dirigidos por Rob Zombie,
Eli Roth, Edgar Wright y el mismo Robert Rodríguez, responsable del título
que nos convoca ahora.
Grindhouse
proponía recrear los programas de las salas de cine "en continuado"
que décadas atrás supieron llevar ese mismo nombre en los Estados Unidos,
dedicadas a proyectar comúnmente producciones clase B centradas en temáticas
violentas y/o lavadamente sexuales ("sexploitation"). Pero el fracaso comercial
de Grindhouse en su país de
origen al momento de su estreno fue tal, que los hermanos Weinstein
–productores ejecutivos de la dupla Tarantino-Rodríguez–,
ávidos por salvar
algunos millones de sus cuentas bancarias, decidieron distribuirla, tanto en
el resto del mundo como localmente en DVD, por separado y en versión extendida. Una
operación similar a la que emprendieron con los dos volúmenes de Kill Bill. Por
lo tanto, lo que podemos ver ahora en la pantalla grande es, lamentablemente, una
parte mutilada de la experiencia
Grindhouse
(algo que bien podía tomarse como un mero revival, pero también como el
lugar de resistencia de un cierto modo de ver y vivir cine que está
prácticamente extinto). Claro está, ya nadie tiene tiempo, ni dinero, ni
ganas como para ver dos películas seguidas en una misma sala. Es más, ya
nadie parece ir siquiera al cine por estos días.
Por suerte, la que nos llega
–aunque con retraso y muy a pesar de las
ventajas publicitarias que hubiera proporcionado el apellido Tarantino–
es la mejor
de las dos mitades de la torta, la de Robert Rodríguez. Si hubiera que
usar una metáfora para definir esta película, se podría decir que es una
ametralladora. Una ametralladora rápida, furiosa y humeante como la que
ostenta su protagonista en los afiches promocionales que se pueden ver por
las calles. Una que no para ni por un segundo de disparar citas
cinéfilas, como también acción, humor, vísceras y, lo más importante, ideas
cinematográficas.
Con
Planet
Terror
Rodríguez propone recrear a puro talento y velocidad aquellas
películas de terror y zombies de bajo presupuesto de los setenta y ochenta,
apoderándose del verosímil instaurado por estas mismas. Lo que le permite
correr con una ventaja: todo lo que está mal en ella, en definitiva, está
bien; porque remite a un tipo de cine donde lo "mal hecho" era una marca
distintiva. Por eso tal vez sea una de las películas más felices del
director, porque todo lo que hacía ruido o lucía defectuoso en sus trabajos anteriores (caso
Erase una
vez en México), como ciertos
diálogos risibles o esas escenas de
acción delirantes que tanto suelen gustarle, terminan calzando perfectamente
en esta ocasión. Aunque cabe destacar que, como director, Rodríguez sabe
hacer mal las cosas con un virtuosismo único. Así lo demuestra con la
ridícula conversación que comparten Cherry y El Wray en la
escena del bar (esa en que él le dice:
"For me... you will ever be Palomita"), y que no tiene desperdicio;
o con el armado de algunas escenas de efectos especiales, que
permiten contemplar trucas baratas de montaje tal como sucedía en ese cine de
hace unas décadas. O hasta cuando decide hacer el número del
"rollo perdido" (de celuloide) omitiendo información importantísima, pero haciendo ganar
ritmo y vértigo a la trama. Lo único que parece fuera de lugar en todo este
zafarrancho es el elemento digital siempre presente en el cine del
director, porque el cine al que le rinde tributo es un cine analógico y
artesanal. Uno en el cual oficios como los de maquetista o maquillador
todavía no habían sido reemplazados por nerds y programas de computadora.
Más allá de todo esto hay una historia en
Planet
Terror, y es la de un grupo de gente que debe pelear por
sobrevivir a un holocausto zombie. Ahora bien: Rodríguez sabe que el tipo de cine al que
hace referencia no es uno que se caracterice por la densidad
dramática de sus guiones o la profundidad psicológica de sus personajes, sino más bien un
cine recordado por otros motivos, tal vez menores o
anecdóticos; es decir: por alguna escenita aislada, por cierto memorable tic de sus personajes. Películas que podían
ofrecer no mucho más que
un par de modos interesantes de asesinar a unas victimas o alguna persecución
de autos espectacular, y que con eso solo ya lograban permanecer en
la cabeza de los espectadores durante un rato largo. En este sentido, un
caso ejemplar es el de la filmografía (toda) de Dario Argento, un tipo que
siempre se dedicó a filmar el mismo cuentito, pero diseñando en una película
tras otra asesinatos memorables. Tal es así que
Planet
Terror no cuenta ni con una gran historia ni con grandes
personajes, pero se la recuerda y recordará como esa película en la que una
mina lleva por pierna una ametralladora, o en la que a Tarantino, que aquí
es actor, se le
derrite literalmente su aparato reproductor, o en la que un tipo subido a
una moto de juguete destroza a decenas de zombies a través de una carretera.
Pero tal vez lo que convierte en una muy buena película a
Planet
Terror (a diferencia de lo que ocurre con
Death Proof) no es tanto la calidad y la destreza con
que Robert Rodríguez recupera la superficie de este tipo de cine, sino
su esencia: aquel tinte político
con que muchas veces directores como George Romero o John Carpenter (a quien
en un inicio Rodríguez convocó para que compusiera la música del film y con
quién comparte su interés por producir un cine de género en autonomía y
libertad) supieron impregnarlo. Por eso aquí, este valioso director texano no
deja de hacer sus comentarios sobre la desconfianza que le genera la versión
oficial sobre las Torres Gemelas y la "Guerra contra el Terrorismo" del
gobierno de Bush, y no se priva de cuestionar el envío de tropas a Irak y
Afganistán. Ni, más en general, de manifestarse sobre la podredumbre que
emana de las zanjas de su país. Un país capaz de atacar a sus propios
soldados durante la guerra, como a sus propias películas por no ser lo
suficientemente eficaces en la taquilla.
Juan Schmidt
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