A lo largo de su
carrera como director, Fernando León de Aranoa ha mostrado una inclinación
por retratar personajes que, de una manera u otra, han sido expulsados hacia
los márgenes de la sociedad. En Barrio fueron tres jóvenes de los
suburbios, en Los lunes al sol un grupo de desocupados de una ciudad
portuaria, y ahora, en Princesas, su objeto es un grupo de
prostitutas de Madrid. Según el cineasta, el argumento surgió a partir de un
amigo que le comentó que, cuando era chico, escuchaba las conversaciones de
las putas del barrio que venían a atenderse en la peluquería de su madre.
Aquí las mujeres se
encuentran en la peluquería de Gloria, mientras vigilan sus teléfonos
celulares a la espera de llamados de clientes. Pero últimamente el trabajo
ha disminuido, y las responsables de eso están al otro lado de la calle, en
la plaza: inmigrantes africanas o centroamericanas, residentes ilegales, que
ofrecen sus servicios por tarifas más módicas. Entre ellas está Zulema, una
dominicana que ahorra dinero para enviarle a su hijo. De este lado, detrás
de las ventanas, está Cayetana (Candela Peña). Pronto descubrirán que son
vecinas y la rivalidad dejará paso a la solidaridad, y a una amistad
sincera.
Esta es una
película menos de acción que de conversación, donde predominan los diálogos
intercalados con momentos en los que las dos chicas recorren juntas la
ciudad. León de Aranoa ya había mostrado habilidad para insertar el humor en
las situaciones más terribles: aquí lo mejor son los diálogos con fino
sentido del humor que se producen en la peluquería. En cambio, las frases
que le toca decir a Cayetana son cursis y por momentos inadecuadas. Doble
mérito el de Candela Peña que, sin embargo, logra convencer y conmover con
su personaje, junto con su compañera, la bellísima Micaela Nevárez.
Los lunes al sol
–la película que proporcionó reconocimiento al director fuera de su país–
era un desgarrador retrato cotidiano de hombres que perdieron, con el
trabajo, también la dignidad. En Princesas, por el contrario,
predomina una mirada piadosa que idealiza a los personajes, sin un
contexto que permita entenderlos. Cuesta aceptar –por ejemplo– que Cayetana,
hija de una familia de clase media, no sólo se haya entregado a la
prostitución sino que tenga como máxima aspiración, lejos de dejar ese
trabajo, la de ponerse implantes en los pechos para seguir ejerciéndolo.
El título remite al
mundo imaginario que Caye construye para refugiarse: la princesa es
un ser especial, la princesa es lo opuesto a la puta. Las princesas son
ingenuas, abnegadas, víctimas, sensibles: “se mueren de tristeza cuando
están lejos de su reino”. Creen (como aquí cree Zulema) que un tipo que les
promete conseguirles la residencia a cambio de sexo, aunque además las
golpea, un día realmente aparecerá con los benditos papeles.
Se diría que León de Aranoa eligió refugiarse en el mismo mundo ilusorio en
el que se refugia Caye cuando algo malo o triste sucede (un mundo al que
Zulema la acompaña sólo por un tiempo, hasta que la realidad la aturde como
un mazazo en la cabeza, y la obliga a reaccionar). La decisión de esquivar
toda mostración directa de las escenas de sexo –ni más ni menos que el
trabajo, en este marco– parece confirmarlo.
María Molteno
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