|  Qué absurdo es haber crecido concretó una rara
    hazaña. La de conjugar, en el nuevo siglo, casi todos los vicios que el
    cine argentino visitó a lo largo de su historia –especialmente el subrayado
    temático y la torpeza dramática– con diálogos desopilantes y un planteo
    argumental que roza picos tragicómicos... no siendo una comedia sino un
    "thriller dramático". Vean si no.
 Un bioquímico, Marcos (Gustavo
    Garzón), decide establecerse en un pequeño pueblo del interior, adonde
    consiguió trabajo. Ahora forma parte del plantel de una importante
    planta industrial, rubro laboratorios, parte de una multinacional cuya sede
    central se encuentra en Filadelfia. No voy a decirles que el único
    empleado de esta importante planta es el propio Marcos porque no me lo van a
    creer. La cuestión es que su jefe lo manda
    –y a partir de aquí me esforzaré por ser textual– a abaratar el costo de
    producción del "coadyuvante" de una vacuna para las vacas. Ahora
    escuchen porque esto no tiene desperdicio: la vacuna en realidad no es para
    las vacas, sino para paliar una epidemia de rabia que hace estragos entre unos mapaches de
    Norteamérica. Esto puede saberse de boca de un enviado de la casa central que vino de Filadelfia para farfullárselo (en mal inglés) al
    jefe de Marcos mientras les disparan a unos ciervos (tranquilos, que ningún
    animal salió dañado de la filmación). Los yanquis, cuándo no, presionan para que se
    apuren los trámites. Entretanto, Marcos descubre que el mencionado "coadyuvante" es agua de la canilla. Sí: ¡la empresa le
    paga un
    sueldo para que abarate el costo del agua! Lo que queda por delante es virtualmente
    surrealista. Y digo virtualmente porque no llega a serlo, desde ya,
    así como tampoco nada llega a ser para la risa, empezando por los
    fragmentos animados por Leo Maslíah. Que sigue siendo un tipo talentoso,
    pero claro: ¿quién no se va al bombo como comic relief en un
    contexto como este? ¡Si lo más cómico es el resto! Y sigo. Resulta que con o sin agua y
    más allá de su costo, la dicha vacuna siembra el asma, y hasta la
    viruela, entre los lugareños. A las pruebas me remito: mientras unos peones
    se
    pasean con la cara llena de granitos, otros parroquianos tosen como condenados. Las
    vacas, en cambio, no acusan dolencia alguna, seguramente porque hacerlas
    toser es mucho más complicado (y plantarles granos, más caro). En fin. Otro muy maltratado (ya no digamos
    desaprovechado) por el director y guionista Roly Santos es el propio
    Garzón.  La película está llena de flashbacks,
    correspondientes a los años mozos de su personaje, que con el de Maslíah y
    el de Laura Melillo conforman una suerte de triángulo amoroso. Esta veta
    romántica es casi tan inconsistente como la thrillerística. A propósito: en un flashback puede
    verse al joven Garzón (¡que no se parece a Garzón pero es igualito a
    Ignacio Copani!) a la salida del colegio secundario, repartiendo volantes para una fiesta a
    beneficio... de los
    "inundados del Litoral". Corren los años de plomo de la última dictadura militar. Ahora
    viene la frutilla:
    los volantes son del Centro de Estudiantes... ¡¡¡de un
    elegantísimo colegio privado!!! ¿Nadie le dijo a Roly que en esa época ningún
    colegio de esos tenía centro de estudiantes? ¡Socorro! Guillermo Ravaschino       |