La
inflación no sólo afecta al bolsillo, también puede extenderse a zonas
insospechadas.
En este caso, la escasez de films relevantes en lo que va del 2010 puede ser
una de las explicaciones del alto índice de calificaciones positivas que ha
recibido Red social, la nueva película de David Fincher.
Destructor de la saga Alien, provocador de El club de la pelea,
quien logró convencer a muchos de su pasaje a director serio con la
interminable Zodíaco para luego dejarlos sin respuestas ante el
curioso bodrio de Benjamin Button, arremete ahora con la adaptación
de “The Accidental Billionaires: The Founding of Facebook” para contar la
historia de Mark Zuckerberg y su multimillonario
emprendimiento online.
Amén de excesos varios, la mayor sorpresa que depara este largometraje de
Fincher es su ascetismo visual, fácilmente atribuible a agotamiento
creativo, como si el proyecto no le
hubiese despertado
otro interés que el de su performance en la taquilla. El director parece
haber dedicado todo su esfuerzo a dotar a Red social de la velocidad
de la banda ancha, y a la difícil tarea de aportar claridad a un guión por
demás complicado. El autor del mismo es Aaron Sorkin, un supuesto referente
de la “buena televisión” (“The West Wing”) que escribe para que se luzcan
sus diálogos a cualquier precio, sin preocuparse por hacer más digeribles
las idas y vueltas legales e informáticas sobre las que se apoya el relato.
El cineasta, con ayuda de una buena banda sonora y de un Jesse Eisenberg en
pleno crecimiento interpretativo como personaje principal, procuró superar
dichos impedimentos narrando con la mayor simpleza y ligereza posibles, lo
cual nos deja un film de puesta en escena casi automática, con muy poco para
ofrecer en materia simbólica. Es tan obvia la maniobra que cuando el film se
detiene a significar algo con mayor profundidad no ofrece más que una
moraleja insultante en su obviedad y maniqueísmo: el inventor de la red de
amigos más grande del planeta se queda, en el camino, sin amigos. Haber
construido
todo
un
film para esto (que además coincide casi exactamente con el slogan que lo
promociona desde el poster) es un desperdicio de celuloide, por no hablar
del costo de
la
entrada de cine. No es que no haya otras ideas en Red social: las hay
sobre la generación de Internet, sobre el dinero, los negocios, etc.; alguna
más interesante que otra, pero ninguna surge de la estética del film.
Red
social
no aburre, pero tampoco nos sumerge en un universo atrapante. Uno de sus
principales problemas es la construcción
arquetípica
de
los personajes secundarios, totalmente unidimensionales. Sean Parker, el
creador de Napster, es puramente “una mala influencia”; Eduardo Saverin,
socio de Zuckerberg, es su contracara; los hermanos Winklevoss (que lo
acusan de robarles la idea) no son más que el polo opuesto a la
inteligencia y capacidad emprendedora del protagonista. Con tan pobre
compañía, tal vez hubiera sido mejor convertir a Zuckerberg en el centro
excluyente, pero la elección más infortunada tratándose de una biopic
–género de por sí desafiante– ha sido camuflarla bajo la forma de una
película de juicio. Toda la narración gira alrededor de una mesa de
abogados con querellantes (los hnos. Winklevoss, el ex socio Saverin) y
querellado (Zuckerberg), narrándose mediante flashbacks la historia del
surgimiento y éxito de Facebook. Así, el film se ve obligado a dividir el
punto de vista del personaje principal, mientras que la capacidad de
Eisenberg para dotar a su criatura de cierta complejidad se pierde en la
distancia que se establece con los espectadores.
Red social
pasa entonces sin pena ni gloria, casi haciendo extrañar los arbitrarios
desbordes visuales de El club de la pelea, que por lo menos procuraba
hacer algo nuevo con las herramientas de significación fílmica. El nuevo
film de Fincher no parece siquiera un film de Fincher. Es entretenimiento
veloz, fugaz e insustancial. Que toque las nubes del Top Ten crítico
del 2010 hace a un diagnóstico oscuro de la actualidad del cine.
Ramiro Villani
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