Allá lejos aunque no hace tanto tiempo, El regreso del Jedi, tercera parte de la
trilogía de La guerra de las galaxias, se ocupó de cerrar las tramas que habían
dejado abiertas sus predecesoras. Ocurre que George Lucas, factótum de la serie,
coguionista y productor ejecutivo de este film, advirtió que los años no habían pasado
en vano para sus actores. Luke Skywalker (Mark Hamill), Han Solo (Harrison Ford) y la
princesa Leia (Carrie Fisher), vale decir las fuerzas de la Alianza, ya no podían seguir
apareciendo como los niños rebeldes que se oponen al Imperio. A Luke, muy lejos de la
envidiable baby face que ostentó tres años antes en El imperio contraataca,
Ie llega el turno de diplomarse de maestro Jedi: aúna la sabiduría, la serenidad y Ios
poderes sobrenaturales que exige la disciplina milenaria y, como para que no queden dudas,
calza ropas de sacerdote, incluido el cuello de sotana. Desde aquella posición adulta,
está Iisto para enfrentarse a muerte con Darth Vader y con el mismísimo Emperador. Claro
que antes deberá rescatar a Han, que está congelado en carbonita desde el episodio
anterior, y resistir el "lado oscuro de la Fuerza", la otra cara de la moneda
Jedi con que lo tientan por no decir coimean los pesos pesados del
Imperio.
Un poco en el estilo de las telenovelas, El regreso del Jedi
incluye una serie de relaciones de parentesco tardía y dramáticamente reveladas. No deja
de tener su encanto: Luke obtiene la confirmación de que su padre es el oscuro Vader de
la boca del anciano Yoda, que está a punto de morir, pero no en un hospital sino en el
medio del paisaje pantanoso y surrealista del planeta Dagobah. Después, y como para
dejarlo elegantemente al margen del romance entre Han y Leia (ya en etapa de noviazgo
pleno), alguien le hace saber que la princesa es su hermana. Ella, en tanto, trocó los
recatados vestiditos de gasa blanca, que lucía al comenzar la serie, por audaces bikinis
con reminiscencias punk. Al igual que antes, las distintas Iíneas dramáticas (Luke, el
Imperio, Han y Leia) son felizmente vertebradas mediante el montaje alterno, en un
dinámico vaivén que las hará confluir sobre el desenlace. Un esquema de contrastes
llevó a combinar, una y otra vez, secuencias ambientadas bajo el sol (como la batalla
contra Sarlacc sobre el desierto quemante) con otras en las que las naves de los héroes
surcan el espacio en una noche inabarcable.
Inspiradora de un profuso merchandising que recaudó tanto como las
boleterías, se pasea por El regreso del Jedi la más graciosa galería de
criaturas cósmicas que se haya visto: desde Jabba The Hutt, una mole gigantesca y
pérfida que tiene algo de los animales que imaginó Lewis Carroll, hasta Sarlacc, ente de
arena y dientes (y pico y tentáculos tras el aggiornamiento computarizado que
presidió el reestreno de 1997), pasando por simpáticas versiones de osos hormigueros,
escarabajos, koalas y por un "almirante" de la Alianza inspirado en una cruza
del general De Gaulle con vaya a saber qué especie de batracio. Todos estos prototipos
son hijos de un despliegue generoso: se presentan ante el espectador de golpe, sin latosas
introducciones, bajo la premisa poética de que cualquier ente tiene derecho a
hacer del universo su propia casa. Farragosamente, en cambio, vuelve a plantearse la
cuestión relacionada con "la Fuerza", largamente conversada antes del
enfrentamiento entre Luke y Vader (que sólo mostrará la cara poco antes de morir, ya convertido),
quienes intentan convencerse mutuamente con invocaciones a un "Poder"
mistificado, turbio. Los efectos especiales tienen un sitial privilegiado en El regreso
del Jedi (el propio Lucas se ufanaba, en su momento, de haber beneficiado al film con
"el doble de efectos que a los otros dos juntos"), aunque a veces en desmedro
del espesor dramático, al que el fragor, y esos combates, no le dejan demasiado tiempo.