En 1991 El silencio de los
inocentes no sólo fue un éxito de crítica y de público, sino que además
instaló un subgénero: el film de asesinos seriales. En 1995 Pecados
capitales le agregó al subgénero una alta dosis de morbosidad y un
aspecto visual sucio, estilizado, que sirvió de molde para casi todos los
proyectos que llegaron a la pantalla desde entonces.
Ahora es el turno de
Robando vidas, que por un lado evoca tibiamente la inteligencia
argumental y de puesta en escena de la película de Jonathan Demme y, por el
otro, no iguala el impacto visual de la de David Fincher. Por lo que estamos
hablando de un híbrido deshilachado.
El film
de D.J. Caruso (proveniente del medio televisivo) narra el andar de un
asesino serial que corta las manos y destroza el rostro de sus víctimas. Y
como todo sucede en Canadá, hasta allí llegará la agente especial del FBI
Illeana Scott, interpretada por Angelina Jolie. Esto dará lugar a un
variopinto intercambio de agresiones con los policías locales, a cargo de
los franceses Tchéky Karyo, Olivier Martínez y Jean-Hugues Anglade.
La
cuestión es que la agente Scott es una especie de genio, que se anticipa a
cada movida del asesino (algo así como una Clarice Starling, pero de
medio pelo). La investigación avanza a paso firme; más firme que la
película, que hecha mano de recursos vistos una y mil veces en esta clase de
historias. Por eso las sorpresas no son muchas cuando se empiezan a acumular
las pistas, que incluyen a un pintor (Ethan Hawke) que vio al killer
en persona, y a la madre de unos gemelos (Gena Rowlands), que dice haber
visto a uno de ellos, cuando se supone que murió 10 años antes. Y sí… pistas
falsas. Y tan obvias que el espectador que haya visto más de dos películas
de asesinos seriales, aunque no sea ningún genio, las descubrirá antes que
Jolie.
Aunque
el director se las arregla para crear un par de buenos sobresaltos con este
material, fallan los climas, y los golpes de efecto (incluyendo esos
ambientes cool a lo Pecados capitales generados por el
iluminador) se desvanecen enseguida.
En los
últimos 15 o 20 minutos de Robando vidas el cineasta juega sus peores
cartas, con lo que la resolución se desbarranca en un abismo de
incongruencias y golpes bajos. Así sucumbe uno de los pocos elementos de
interés, que era la intuición de que en la vida de la agente Scott había
mucha tristeza porque, abrumada por sus responsabilidades laborales, no
se le animaba al amor. Pero este director no parece creer que el amor
tenga lugar en un thriller. La última parte también incluye ese tipo
de vueltas de tuerca que presuponen que el espectador es imbécil. Las
situaciones empiezan a resolverse por meros golpes de timón del guionista
(Jon Bokenkamp), que no por lógicas argumentales. Y un par de secuencias ya
bordean el mal gusto, buscando provocar más escalofríos que los latigazos de
La pasión de Cristo.
Finalmente, Angelina Jolie. Entre la lista de películas que protagonizó
cuesta encontrar alguna que supere la medianía (y eso que filma mucho). Es
una lástima que no atine a elegir buenos proyectos, porque tiene un
potencial enorme. Y porque, más allá de sus atributos físicos, uno no puede
sacarle los ojos de encima cada vez que ocupa la pantalla.
Mauricio Faliero
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