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SALVADOR ALLENDE

Chile-Francia-España, 2004



Largometraje documental dirigido por Patricio Guzmán.



El 11 de septiembre es una fecha aciaga para Chile. Ese día de 1973 terminó violentamente un proceso inédito en Latinoamérica, liderado por un presidente empecinadamente democrático. Salvador Allende se proponía demostrar que era posible la revolución a través de las urnas y en el marco de la Constitución. El poder económico y su brazo armado, los militares, impidieron que llevara a cabo ese programa. Patricio Guzmán se encontraba entonces sumergido en la edición de su enorme documental La batalla de Chile, y después de estar preso como miles en el Estadio Nacional pudo salir al exilio, y culminar la que sería su obra maestra. Guzmán es un maestro documentalista también empecinado en recuperar la memoria contando la historia de su país, y ahora quiere dejar testimonio de ese patriota en otro excelente documental, de visión imprescindible para quien desee desentrañar las razones de la actual situación latinoamericana.

Encarado como un recuerdo subjetivo del personaje, más que como retrato biográfico o como relato histórico del proceso de la revolución chilena, el documental recorre a saltos rápidos la trayectoria de Allende desde su niñez hasta el final, atravesando su carrera política, que tuvo veinte años de campaña hasta llegar a ser elegido en 1970 para el máximo cargo gubernamental. Allende puso en práctica un modelo nuevo de transición al socialismo, en medio de las dificultades ante un golpismo permanente y en el marco de las divisiones entre los grupos de izquierda, hasta que esa conjunción de revolucionario y demócrata quedó casi en soledad. Guzmán parece querer despejar las dudas sobre su suicidio, que consuma cuando sabe que su gobierno ha sido derrocado.

El film es entonces una reconstrucción personal que recoge en un inteligente montaje imágenes de archivo y declaraciones de sus camaradas y de ciudadanos anónimos, mientras la voz en off de Guzmán reproduce su propio recuerdo, su propio encuentro con el personaje. Como contrapunto, allí está el desparpajo del ex embajador de Estados Unidos en Chile en esa época, quien con una amplia sonrisa (de satisfacción, podemos suponer) no tiene ningún empacho en revelar la campaña que estaba llevando a cabo su gobierno encabezada por Nixon, Kissinger y la CIA para derrocar el gobierno constitucional de Chile. Este inició la reforma agraria, nacionalizó la banca, la sal y la minería, acciones que hoy suenan tan distantes como la alta politización del pueblo chileno, vistas las consecuencias que trajo la hegemonía posterior del neoliberalismo en el Cono Sur. Así de fuerte es el contraste entre el fervor que se vivía en las calles de los ‘70 y el frío orden en el Chile de hoy.

Podrá decirse que faltan datos que podemos recordar sobre el proceso: las revueltas contra el presidente protagonizadas por la clase media, que inauguraró los cacerolazos, el boicot de los productores y el desabastecimiento, y más detalles sobre el horror que impuso el régimen militar. También que es muy tibia la mirada hacia el golpismo. Pero el film está dedicado a recuperar la grandeza ética del protagonista, un hombre que encarnó "aquella utopía de un mundo más justo y más libre", realizado con una evidente actitud moralizante, como ejemplo para las nuevas generaciones. O quizá tenga la intención de reunificar esa patria fragmentada, o quiera retroceder hacia el pasado, como el poema que lee Gonzalo Millán. Y así recuperar las voces musicales, entonces acalladas, de Quilapayún, Inti Illimani y Violeta Parra.

Josefina Sartora      


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