Los créditos de apertura de El sekuestro, tercer largometraje del argentino
    Eduardo Montes Bradley, la definen como una historia tropikal, ambientada en una
    república bananera e inspirada en un "costado virgen" del Cinema Novo del
    brasileño Glauber Rocha, una de cuyas frases culmina el largo introito al film, entre
    cartones coloridos con reminiscencias de los años sesenta. La acción transcurre en una
    indefinida republiqueta latinoamericana en la que campean la corrupción, la torpeza y una
    música compuesta por boleros, salsas y el invariable cuchicheo de unos pájaros de selva
    que no dejan de sonar al fondo, como para dejar redondamente en claro lo que significa tropikalidad.
    Hay que decir que el film de Bradley está
    permanentemente planteado en tono de farsa, lo que dificulta distinguir los yerros de los
    componentes necesarios de esta "ética y estética de lo tropical" (palabras del
    realizador) que nada tiene que ver con Glauber Rocha, por cierto, y sí con cierta
    orfandad técnica y expresiva en lo que a cine se refiere. ¿El que un tercio de lo que se
    dice quede en el camino por fallas de sonido forma parte de la mística latina? ¿El más
    flojo efecto de "noche americana" (que exige filmar con filtro azul a pleno sol
    para simular la noche, mientras que aquí lo hicieron bajo cielo nublado) hace al folklore
    de la región? ¿Que todos los personajes hablen y deambulen como imbéciles sin haber
    ingerido droga alguna es un dato de estas pampas?
    La trama está erigida en torno de un suceso policial.
    Al empresario italiano Renato Cefalú lo secuestran unos cuantos hombres y una mujer
    (Sandra Ballesteros, por su simpatía, y el gallego de la banda, por su carácter,
    son los únicos que se salvan), quienes componen una célula del Frente Patriótico de
    Liberación de Río Hondo. ¿Homenaje o burla a la guerrilla setentista? Por supuesto que
    la banda carece de todo tipo de plan, y en esto está igual que la película: bananera si
    las hay, la de Montes Bradley gira en el vacío de sus chistes viejos (todos verbales,
    ninguno visual), de sus cocoliches (entre todos los actores, que provienen de múltiples
    países), de su cambalache, con policías de melena y uniforme y parejas que consuman
    coitos sin desabrocharse pantalones ni bajarse las bombachas.