Por alguna
razón que desconocemos (nuevos desafíos, aburrimiento, dinero de sobra),
muchas grandes estrellas de Hollywood deciden, en un momento dado, lanzarse
a dirigir. Celebridades de la talla de Robert De Niro, Jodie Foster o George
Clooney, entre muchas otras, han incursionado en este metier con
suerte generalmente esquiva. Por supuesto que, más allá de aquellos
resultados, el debut de un actor como realizador no es, a priori, un
argumento válido para descalificar su película. Pero en Sendero de sangre
hay demasiadas cuestiones que no terminan de cerrar. Vayamos por partes.
La ópera prima
del prestigioso intérprete John Malkovich cuenta la historia de un policía
que está tras la pista de un grupo terrorista liderado por un tal Ezequiel.
En el transcurso de la investigación, el agente Agustín Rejas (Javier
Bardem) conocerá a la bailarina Yolanda (Laura Morante), quien cambiará el
curso de las cosas...
Aunque la
película está situada en un país latinoamericano indefinido y nunca hace
referencia explícita a sucesos reales, su trama está inspirada en los
crímenes atribuidos a la agrupación revolucionaria “Sendero Luminoso“,
originaria del Perú, y en la captura de su líder, Abimael Guzmán.
La historia
real, tan escalofriante como apasionante, era un buen punto de partida. Pero
si bien la película entretiene, no logra atrapar al espectador tanto como
parece haber cautivado a Malkovich la novela sobre la que se apoya el film.
Hubiera sido
interesante poder reflexionar sobre el concepto mismo de terrorismo: de
dónde surgen sus miembros, cuáles son sus motivaciones, cómo llevan a cabo
sus acciones. Pero Sendero de sangre se concentra en otros aspectos,
más ligados a la historia personal de sus protagonistas, y no consigue dar
con el tono adecuado. Fluctúa entre el thriller político (sin
comprometerse ni ahondar demasiado en cuestiones políticas) y el drama
amoroso. La narración expone atentados terroristas, asesinatos a sangre fría
y los sucesivos pasos de la investigación; pero también explora de manera
intimista el pasado de Rejas y las relaciones con su esposa y con la
profesora de baile de su hija.
El film no se
ahorra otro vicio muy común en este tipo de superproducciones: algo que
podríamos llamar “latinoamericanismo”. Ese “exotismo” de Sudamérica que
aflora en tantas películas estadounidenses, y que termina siendo siempre
medio burdo. En este sentido, tampoco ayuda la elección deliberada de
actores de diversas nacionalidades, todos hablando con sus respectivos
acentos... pero en inglés.
Lo que evita
que Sendero de sangre se derrumbe del todo es el esfuerzo actoral de
Bardem, y las idas y vueltas de su personaje en torno de la incógnita de
quién es el mítico “presidente Ezequiel”. En el balance también hay que
apuntar varios hechos que resultan previsibles, como que la hermosa Yolanda
no es lo que parece, y que Guzmán (¿quién otro?) es el hombre misterioso que
vimos en la primera escena. Pero en fin, podríamos darle a Malkovich otra
oportunidad. Por su trayectoria como actor, se la merece.
Yvonne Yolis
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