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SEPARACIONES
(Separaçoes)

Brasil, 2002


Dirigida y protagonizada por Domingos de Oliveira, con Priscilla Rozenbaum, Fábio Junqueira, Ricardo Kosovski, Maria Ribeiro, Nanda Rocha.



Hasta hoy el cine brasileño se dividía entre Glauber Rocha, para los entendidos, y Walter Salles o Ciudad de Dios para el público que responde a los dictados de las avalanchas publicitarias; quizá se colaba un Madame Sata, pero poco más. El convenio que se firmó entre los institutos cinematográficos argentino y brasileño para establecer un intercambio fílmico con estrenos asegurados en las pantallas de ambos países permite estrechar, al menos un poco, la brecha de nuestro desconocimiento mutuo.

Separaciones se presentó en el festival de Mar del Plata en 2003, y se alzó con los premios al mejor film y al mejor actor (Domingos de Oliveira, también su director y coguionista). Es una comedia romántica de esas que no quedan desfasadas en el tiempo, porque no se apoya en la coyuntura sino que juega sus fichas a las idas y vueltas que el amor depara a los amantes, tema atemporal si los hay.

Todo comienza con una comida en un restaurante donde los personajes se nos presentan con naturalidad (la misma que se volverá el tono medio de la película, exceptuando algún exceso interpretativo), y el resto del metraje será la puesta en escena de una teoría que Cabral, el protagonista absoluto, expone allí, con plena seguridad, sobre las enfermedades terminales. El amor –o su final, para ser más exactos– se asocia así con éstas, y las distintas fases por las que atraviesa entonces el paciente/amante puntuarán el ritmo de la narración: negación, negociación, indignación, aceptación y agonía o estado de gracia.

"Você pensa que eu tenho tudo e vazio me deixa", canta Caetano en un momento de la película. Sólo que a Cabral lo que le ocurre es peor aun: él es quien supone eso –se cree dueño de los sentimientos, de las certezas, del poder decisorio, en fin, el feliz poseedor del as en la manga– y decide obrar en consecuencia. Y cuando las consecuencias de sus acciones están a la vista y todo lo muestra como el vencido, no le queda más que derrumbarse y mendigar.

Cabral es un director de teatro casado con Gloria (Priscilla Rozenbaum, la otra coguionista), una mujer más joven, actriz y asistente suya. A pedido de él se dan un tiempo en su matrimonio para descubrir a la vuelta que no hay, en apariencia, vuelta posible. Sobre esta pareja pivoteará la historia pero, en un efecto endogámico que multiplica los inconvenientes, ninguno de los otros participantes de esa primera cena quedará sin relacionarse amorosamente con algún otro. Gloria acepta un trabajo como asistente de dirección de su primer novio Rique y allí conoce a Diogo, arquitecto, ex discípulo de su ex (marido), con quien vivirá una historia. Hay que agregar a Julia, hija de Cabral, que participa de otro triángulo; a Laura, confidente y eterna enamorada del protagonista, y a Maribel, una de las dos novias de Rique y posterior amante de Cabral. Si semejante enjambre se torna complicado de entender en lo escrito, no resulta así en el desarrollo de la trama, que sabe resolver las más de las veces con inteligencia, agudeza y grandes dosis de humor los conflictos que el amor en pareja conlleva para estas clases medias burguesas del sur carioca. Traiciones, infidelidades, engaños, amores cruzados, estados de confusión, confesiones, dudas se entretejen en la película sin cargar las tintas en lo melodramático ni caer en bajadas de línea morales, pero, sobre todo, evitando apostar al cinismo tan de moda en nuestra época.

Adaptación de una obra de teatro muy exitosa en su país, la potencia de su origen se cuela en los ingeniosos diálogos que se suceden sin descanso. El guión conjunto de De Oliveira y Rozenbaum esquiva machismos recalcitrantes y feminismos mal entendidos para bosquejar una cantera de personajes atrapados en sus propios juegos cerebrales y pulsionales que, a veces, se ven opacados por la omnipresencia y omnisciencia del protagonista.

Si bien su forma no es revolucionaria, Separaciones al menos entretiene en su dinámica y sus variados procedimientos (sin poder evitar del todo una sensación de excesiva duración en el metraje): monólogos enunciados a cámara, estética de documental, uso de voz en off, aceleración en la imagen, etc.; aunque también hay que criticarle algunos cortes demasiado "cliperos" y algún relato en off sin funcional razón de ser.

Se hace difícil no asociar a De Oliveira con Woody Allen en la construcción del incontinente y obsesivo Cabral, o con Nanni Moretti en esa apelación cuasi ególatra y protagónica, o sospechar un sutil homenaje a la Annie Hall de Diane Keaton en esa Glorinha de los últimos tramos.

Encuentros y desencuentros mezclados con postales de Rio, música encantadora, burlas al mundo del teatro, a la crítica y a las producciones con filmación en el extranjero (la estadía en París), poemas en la cadencia de su idioma y el humor que licúa las tensiones y desarma el drama para hacerlo, sin embargo, más profundo. Saudade, muita saudade que el optimismo, al que el género obliga en su final y Separaciones acepta entusiasmado, no logra diluir.

Javier Luzi      


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