Shiner
se adentra en el subgénero del mundo del boxeo para narrar el drama de un
hombre cegado por su ambición de dinero y poder. De entrada, el relato nos
sitúa en el día más importante de la vida de Billy “Shiner” Simpson: su hijo
Eddie se dispone a pelear por el título mundial y, si gana, todos los sueños
de este promotor de boxeadores venido a menos se verán cumplidos.
Shiner (Michael Caine) es el típico perdedor que no se resigna a su suerte y
destino y se empeña en lograr lo que quiere, aun a costa de los que ama.
Así, en medio de los preparativos para la gran pelea, los contratiempos y la
enorme expectativa que lo tienen a mal traer,
el
protagonista
demuestra que sus métodos, su modo de actuar y relacionarse con la gente se
parecen más a los de un inescrupuloso gángster en pequeña escala (con la
ayuda de sus dos guardaespaldas y matones de confianza), que a los de un
hábil hombre de negocios.
Cuando caiga la noche y la pelea haya comenzado, ya sabremos de la supuesta
traición de un viejo colaborador suyo, del inmenso temor del chico boxeador
ante tanta presión, de la pugna con el poderoso manager del
contrincante, del disgusto de una de las hijas ante el dinero empeñado en
tamaña empresa, de la espera de la policía para llevarse detenido a Shiner
por la organización de antiguas peleas ilegales. La cuestión es que Eddie
queda fuera de combate en el segundo round (se deja ganar, según su
padre) y esto marca un antes y un después en el film.
Es que Shiner está compuesta por dos grandes segmentos. El primero,
al que acabo de hacer mención, se desarrolla antes de la pelea y nos
proporciona información sobre los personajes, su accionar y sus conflictos.
Además, es aquí donde el relato siembra toda una serie de “pistas” falsas
para lo que vendrá después. Este segmento está filmado de manera ágil, con
ritmo y buena música (inclusive las secuencias de box son muy verosímiles).
También está salpicado con cierto humor que irá desapareciendo en la medida
en que el thriller negro le vaya ganando al drama, y la narración se
vuelva cada vez más oscura y violenta.
La segunda parte se desencadena justo después de la derrota, cuando Shiner
parte raudamente con su hijo y éste es asesinado en un descampado ante los
ojos de su padre. Entonces, todas las presunciones de una pelea “arreglada”
parecen confirmarse y todos, absolutamente todos, se convierten en
sospechosos para Shiner.
El veterano querrá impartir justicia por mano propia y perseguirá a cada uno
de los posibles involucrados, desatando un reguero de violencia y sangre,
hasta el trágico final. Hay un asesino, por supuesto, pero a medida que se
vayan descartando uno a uno los demás, sentiremos que no es el único
culpable. Shiner es quien carga con la cruz más pesada, esa que no quiere
aceptar y que le recuerda que a su hijo, también, lo mató su ambición.
El hilo conductor, el protagonista absoluto es Michael Caine. Película tras
película, este actor inglés confirma que sus composiciones son siempre
precisas e impecables, y aquí sabe cómo hacer que experimentemos rechazo,
ternura o pena por su personaje. John Irvin (director de más de 40 títulos
no demasiado trascendentes) depositó en el intérprete todo el peso del guión,
y
Caine volvió a demostrar que ningún género, o subgénero, le queda grande.
Es él, en cambio, el que le queda grande al film.
Yvonne Yolis
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