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LA SOMBRA DE LA NOCHE
(Nightwatch)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por Ole Bornedal, con Ewan McGregor, Patricia Arquette, Nick Nolte, Josh Brolin, Lauren Graham, Anais Evans, Lonny Chapman.



Martin Bells es un chico como cualquier otro. O casi. Demasiado aniñado para el escocés Ewan McGregor, especialmente si se tiene en cuenta que el actor viene de ponerle el cuerpo al joven –pero muy maduro– Obi-Wan Kenobi en la cuarta entrega de La guerra de las galaxias. Pero estamos hablando de otra remake hollywoodiana de una película que triunfó en Europa (Nattevagten, dirigida por el danés Ole Bornedal, quien volvió a ser contratado aquí), con lo que ningún desajuste debería sorprender. La otra particularidad de Martin es el flamante trabajo con que espera financiar sus estudios de Derecho. Lo contrataron de sereno (de ahí el título, Nightwatch) en la morgue de un hospital. La tarea se presenta fácil: unas pocas horas, por la noche, vigilando un viejo edificio en el que nunca pasa nada. La tarea obviamente se complicará.

El edificio es ciertamente espeluznante. Está muy bien ambientado y amoblado, tenuemente iluminado –siempre de noche– y se impone como una de esas construcciones bajo cuyo techo nadie, en sus cabales, podría conciliar el sueño. Lo de Martin no es dormir sino vigilar. Para hacerlo debe recorrer puntualmente cada una de las salas de la planta baja. Y no hay walkman que valga (lo lleva siempre puesto y a todo volumen) para conjurar a los fantasmas cada vez que traspone cierta puerta, aquella puerta, para deambular entre los cadáveres. Hasta aquí todo marcha más o menos sobre rieles. Otra historia, la de un killer brutal que extrae los ojos de sus víctimas, fluye paralelamente a esta. La bisagra entre ambas es el detective de homicidios Thomas Cray (Nick Nolte), quien consume muchas horas en la morgue con la expectativa de extraer pistas de los cuerpos mansillados por el matador.

Las cosas evolucionan de tal modo que En la sombra de la noche se convierte prontamente en un whodunit (en inglés: quién lo hizo). Con indicios más o menos consistentes que apuntan a diversos personajes, entre quienes el espectador debería ir deduciendo, o por lo menos intuyendo, al verdadero criminal. Pero numerosos obstáculos conspiran contra la nobleza de esta operación. Ni el primero de los sospechosos, un viejo guardián al que sólo le falta la etiqueta de "asesino" grabada sobre la frente, ni el segundo, un amigo de Martin infantilmente brutal y picapleitos, son candidatos de fuste. Uno sabe de antemano que "no pueden ser". No así la producción, que empieza a malgastar minutos valiosos, irrecuperables. Pero lo peor de Nightwatch aún está por verse. Por un lado, la necesidad de sugerir que algo "tremendo" sucederá en la sala de los muertos dispara una catarata de incoherencias francamente resonantes (como los cordeles que penden sobre los cadáveres para que hagan sonar una alarma... si reviven). Por otro lado, el asesino será dado a conocer mucho antes del desenlace (quebrando las reglas del genuino whodunit, que se reserva el dato para el clímax). Y a partir de ese momento, el film desciende a los abismos de una rutina que no ha dejado de exprimirse, cada vez con menos gracia, desde que Sam Peckinpah la inaugurara con Los perros de paja (1971). Un periplo odioso, previsible, signado por la inicial superioridad del malo sobre los buenos, a los que maltrata y acorrala hasta que, ¡zas!, se da vuelta la tortilla y todo queda listo para el happy ending.

Guillermo Ravaschino