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LOS SOÑADORES
(The Dreamers)

Inglaterra-Francia-Italia, 2003


Dirigida por Bernardo Bertolucci, con Michael Pitt, Louis Garrel, Eva Green, Jean-Pierre Kalfon, Anna Chancellor, Jean Pierre-Léaud.



En su nuevo film, Bernardo Bertolucci encara el homenaje a toda una época histórica y cinematográfica, a la Nouvelle Vague de los años ‘60, y a su propio film emblemático, Ultimo tango en París. No es la primera vez que realiza un film de época: Novecento ya era, o pretendía ser, un fresco histórico de medio siglo XX. Esta vez recrea un momento muy preciso: abril y mayo de 1968, meses que convulsionaron a la sociedad francesa, Europa y el resto del mundo occidental, cuando intelectuales y trabajadores se encontraron en las calles movilizados, y en alguna medida combatiendo, por un mundo mejor, en el cual “la imaginación tomaría el poder”…

Henri Langlois, director de la Cinemateca Francesa e impulsor con André Bazin de ese nuevo cine que se encargarían de concretar sus discípulos de la NouvelleVague, fue relevado de su cargo por cuestiones políticas. Durante las enormes manifestaciones de jóvenes e intelectuales en favor de su reintegración, un estudiante yanqui (Michael Pitt, en el estereotipo del “joven americano seducido por la cultura europea”) entabla amistad con una pareja de hermanos, quienes lo invitan a vivir en su enorme departamento mientras sus padres están ausentes. El triángulo ya está trazado: en adelante, el film ingresa en un huis clos, el lugar hermético donde se produce una suerte de transformación iniciática a la madurez, a través de juegos literarios, ceremonias y rituales eróticos en los que se articulan el sexo, el incesto y cierto esbozo de homosexualidad. Todo evoca al departamento –¡y lugar cerrado!– de Ultimo tango en París, donde se celebraron aquellas otras ceremonias que escandalizaron al mundo. Volviendo a Los soñadores, nuestros muchachos también ponen en juego una obsesiva cinefilia, que es el vehículo para convocar films antológicos: mucho Truffaut, Godard y Hollywood clásico están citados textualmente, y toda la situación configura una obvia alusión a Los hijos terribles de Jean Cocteau. Y hasta puede verse al actual Jean-Pierre Léaud (protagonista de Los 400 golpes) manifestando en las calles. Lamentablemente, todo esto no va más allá de una suerte de verborragia cinematográfica que pone de manifiesto las limitaciones de Bertolucci al confrontarse con los maestros, como lo prueba el patético montaje alterno del intento de suicidio de la protagonista con la inigualable Mouchette de Bresson.

Una vez planteado el nudo argumental, no hay otra cosa que la repetición vacua, vacía, de los mismos gestos. El film está basado en una novela de Gilbert Adair, “Los santos inocentes”, de la cual Bertolucci y el mismo Adair desdibujaron los aspectos que definían homosexualidad e incesto, y a la que agregaron las citas cinéfilas.

Los soñadores me parece un buen ejemplo de lo que ocurre cuando el mal cine imita al arte, exhibiendo todos los clisés de la decadencia. Da lástima comprobar la obsolescencia y el exhibicionismo de un director que fuera uno de aquellos que buscaron renovar el cine (con La comare secca y La estrategia de la araña, por ejemplo). De su última película podrá decirse que sus mejores momentos los constituyen los generosos planos desnudos de Eva Green, lo cual habla del limitado horizonte de la obra. Los actores tampoco ayudan: Louis Garrel no está mal, pero Pitt y la propia Green ni siquiera lucen convencidos de sus personajes.

Bertolucci pone en evidencia su nostalgia por las libertades de los ‘60, una década casi revolucionaria para el cine, las costumbres sexuales y las ideologías políticas. Pero también ha declarado que intenta aportar esperanza a las jóvenes generaciones con un film que recrea esas utopías. A la vista de los resultados, no se puede menos que dudar de las motivaciones que mueven a estos niños terribles y mimados (anche maoístas a la hora de las bombas).

¿Dónde fueron a parar los ideales del ‘68? Como sobreviviente de ese proyecto trunco, lamento la desaparición de esas utopías que llegamos a considerar posibles. Y encuentro en este Bertolucci –como en el de El último emperador– la prueba de que ciertos directores europeos ya no están a la altura de lo que proponían entonces. Es triste.

Josefina Sartora      

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