La película
china Soñando juntos tiene varios puntos en común con la coreana
Camino a casa estrenada recientemente: un joven protagonista, el respeto
por los mayores, la oposición ciudad/provincia, las buenas intenciones, la
enseñanza moral. Debería agregar: y la ausencia de sutileza.
Se trata de la
historia de Xiaochun, un joven violinista muy talentoso cuyo padre, un
humilde cocinero de provincia, invierte los esfuerzos y ahorros de su vida
en llevarlo a Pekín para que se profesionalice con la música. Allí, el
muchacho vive una temporada que lo iniciará como músico, pero sobre todo
como hombre. Después de su primera confrontación con la corrupción del
sistema, que no parece ofrecer un lugar para un humilde campesino, aparece
el profesor que podrá hacerse cargo de él: un bohemio depresivo a quien no
le interesa el dinero ni el poder, pero sí transmitir su sabiduría a jóvenes
talentos que tocan con sentimiento el violín. A mismo tiempo, Xiaochun
conoce a “La Mujer”, en la figura de una vecina de vida ligera que le
permite asomarse a un mundo que hasta entonces no imaginaba. Pero el rústico
cocinero demuestra ser un agudo observador: rápidamente percibe que el éxito
no es de los mejores sino de los poderosos, y consigue para Xiaochun un
nuevo profesor (interpretado por el director, Chen Kaige), quien lo
conducirá a la fama y la fortuna, por ser un conspicuo conocedor de los
mecanismos de poder en la nueva sociedad que se está gestando en China. Al
joven se le presenta entonces un conflicto... aunque desde el principio
adivinamos cuál será su resolución.
A Chen Kaige
le interesa la música, evidentemente. Conocimos a este integrante de la
llamada Quinta Generación de directores chinos en Adiós mi concubina,
una aguda reflexión sobre las condiciones de la ópera china, en la que
mostró más aciertos que en este film. Aquí todo está estructurado con trazos
muy gruesos: la relación padre-hijo, el vínculo con la mujer que lo inicia
en la madurez, la oposición entre ambos profesores, emblemáticos de dos
sistemas de vida que se le presentan a China y simbolizados por sus
respectivos departamentos, en los que ningún detalle de arte ha sido
descuidado. La crítica de la Revolución Cultural, como así del proceso de
modernización de esta China que avanza progresivamente hacia el capitalismo,
se desarrolla en una serie de simetrías y paralelismos, y en un ejercicio de
distanciamiento de la imagen a través de vidrios y cortinas, virtuosismos
que no alcanzan para rescatar una película signada por sus obviedades. Es la
primera vez que el joven Tang Yun actúa en cine: el director lo seleccionó
en una competencia de violín, y pese a sus limitaciones actorales, realiza
una interpretación convincente. Sin embargo, no es él quien toca la música
del film.
Bienvenidos
sean los estrenos que se apartan de la distribución convencional. Pero, como
en el caso de Camino a casa, corresponde analizar la intencionalidad
de la salida de esta película en un año en el que los cines de
Argentina han presentado muy pocos productos que no provengan de Hollywood.
Por lo que estamos viendo, el propósito moralizador y la construcción de
mandatos sociales pesan más que los valores artísticos a la hora de las
decisiones comerciales. Y siguen acumulándose
excelentes películas coreanas, chinas y taiwanesas –y europeas, y
latinoamericanas– que tal vez nunca lleguen al estreno.
Josefina Sartora
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