| Cuando Soy yo, el ladrón ganó el Ombú de oro a la mejor
      película, y su guión se adjudicó el Ombú de plata en el último
      Festival de Mar del Plata, no fueron pocos los asombrados y despistados
      que no sabían de qué film se trataba, porque no había tenido una
      presencia destacada. Esta es una obra de bajo perfil, nada estridente,
      realizada con extrema discreción y también con delicadeza. Un film
      menor, dirán algunos, pero que retoma elementos de la mejor tradición
      del cine polaco. Su director, Jacek Bromski, muy reconocido en su país,
      no había tenido difusión entre nosotros, y su estreno ha demorado meses
      en concretarse.
 La película se inscribe en la
      tendencia actual a registrar las condiciones de la dura realidad social
      que vive la generación joven en el mundo globalizado, que hemos visto
      reflejada en todo el cine de Eric Zonca y en el de los hermanos Dardenne.
      Huevo –un excelente Jan Urbanski– es un chico de 16 años que trabaja
      como mecánico en un taller de autos, y aprovecha su destreza y
      conocimientos de electrónica para robar pasacassettes con la ayuda de un
      vecino menor que él. No es fácil la vida de esos dos chicos: en sus
      hogares imperan el alcohol, las peleas, la promiscuidad, la vagancia y la
      mugre. El sueño de Huevo es entrar en la banda de Max, integrada por
      ladrones especializados en autos caros, como vía de escape de su ámbito
      de miseria. Su abuela es la única figura
      familiar rescatable: ella le brinda cariño, y tiene la esperanza de que
      su nieto –quien no sigue el modelo de sus padres– no sea como son
      todos: putas y ladrones. Pese a las recomendaciones de su patrón, su otro
      ángel protector (muy bueno Janusz Gajos), Huevo se empecina en iniciarse
      en el mundo del delito mayor, y para demostrar su pericia birla a los
      hombres de Max un poderoso coche que tenían como objetivo. Claro que las
      cosas no salen como Huevo había planeado, la situación se le vá de las
      manos y el muchacho vive en carne propia las dificultades del pasaje a la
      madurez. El propietario del Jaguar está
      interpretado por Daniel Olbrychsky, un actor que hemos visto en las
      películas de los mejores directores del cine polaco: Las señoritas de
      Wilko de Andrzej Wajda, el Decálogo de Krzystof Kieslowski y La
      estructura de cristal de Krzysztof Zanussi, por nombrar algo de su
      abundante filmografía. Olbrychsky parece la caricatura de sí mismo,
      interpretando a un músico popular que no renuncia a su condición de
      seductor compulsivo. Ha dicho el director que con Soy
      yo, el ladrón quiso hacer una "comedia reflexiva seria".
      Detrás de una historia de acción muy bien filmada sobre robos de
      principiantes, la reflexión (que no es teórica sino visual) se orienta
      hacia las condiciones de vida en la Polonia de hoy. La nueva generación,
      hija de borrachos y corruptos, aparece desorientada frente a sus padres,
      que han perdido el rumbo después de la crisis de lo que fue el bloque
      soviético. Hoy los rusos sólo proponen negocios turbios a los polacos.
      Frente a esas dos generaciones es otra, aun mayor, la de la Polonia
      arcaica, la de la abuela que conserva las creencias morales y religiosas,
      la que puede dar una orientación a los más jóvenes. Bromski realiza una buena
      articulación de los dos temas, sabe medir los tiempos de la acción y los
      remansos para la observación. Lástima que sobre el final se ablanden el
      rigor, la tensión y el tono que habían presidido el desarrollo de la
      película. Josefina Sartora     
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