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SPAWN

Estados Unidos, 1997


Dirigida
por Mark Dippé, con Michael Jai White, Martin Sheen, John Leguizamo, Nicol Williamson, Theresa Randle.



New Line Cinema, la compañía que apadrinó la saga cinematográfica de Las tortugas Ninja, subió las apuestas con Spawn, una película que exacerba todas las premisas que suelen presidir la conversión de un comic (o un videogame) en un largometraje de ficción. A saber: la simplificación extrema del guion, la concepción global del film como una pieza más de merchandising –al lado de remeras, muñequitos, posters– y el rubro visual, efectos especiales mediante, como el único depositario de una cierta cuota de creatividad. Los créditos de Spawn dicen que fue dirigida por Mark Dippé (inspirado en la historieta de Todd McFarlane), pero tiene todo el aspecto de una película sin director. Seis compañías de efectos visuales, encabezadas por la legendaria Industrial Light & Magic de George Lucas, son las verdaderas responsables del producto. El resultado es tanto más tenebroso que el submundo en el que transcurre la mayor parte del relato.

Todo empieza cuando a Al Simmons, el más conspicuo de los asesinos a sueldo de "la Agencia" (algo así como una CIA futurista), lo acometen los remordimientos. Su jefe (Martin Sheen, con voz sampleada como de catacumbas) decide borrarlo del mapa, pero apenas logra instalarlo brevemente en el infierno. Allí está Malebolgia, el más absurdo de los monstruos que depara Spawn. Especie de perro animatrónico, éste ofrece a Simmons un pacto demoníaco: salvará su vida –y la posibilidad de ver a su novia Wanda, por la que babea con fragilidad adolescente– a cambio de capitanear las tropas del Mal en su arrasadora cabalgata por la Tierra. El hombre acepta y deja las tinieblas convertido en Spawn, un guerrero fiero –tiene toda la cara quemada– pero ultrapoderoso. Las bondades de su armadura, capaz de convertirlo virtualmente en cualquier cosa, desde un hombre araña hasta un muro de hormigón, acusan lo mejor del film: una alucinante retahíla de efectos especiales. Divorciados, claro está, del más mínimo interés temático, de cualquier esbozo digno de elaboración argumental.

Los tonos calientes de Spawn, cuya infernal cosmogonía no escatima una sola gama de los rojos, resultan inversamente proporcionales a su frigidez emotiva: ni siquiera los que mueren sufren y los matices actorales fueron esquivados como la peste. Su espesor intelectual, en tanto, sugiere que los púberes, para quienes ha sido obsesivamente diseñada la película (y en especial los de raza negra, atento a la condición morena del héroe y de su bienamada Wanda), son poco más que cerebritos ávidos de cualquier obscenidad verbal. De eso se encarga el personaje de John Leguizamo: un payaso repugnante, que se tira flatos por deporte y fatiga los chistes más elementales sobre la farándula (Hollywood incluido), la mayor parte de los cuales pasarán inadvertidos para el espectador local.

Guillermo Ravaschino