Vaya uno a saber
cómo pudieron influir en un producto como este las vueltas que se dieron
hasta concretarlo. Que lo iba a dirigir Tim Burton, luego Brett Ratner; que
el protagonista iba a ser Nicolas Cage, o tal vez Josh Hartnett, o si no
Ashton Kutcher. Finalmente, cuando se supo que Bryan Singer estaría detrás
de cámaras y recordamos su trabajo en X-Men, respiramos aliviados y
nos dispusimos a esperar ansiosos. Malditas expectativas.
El Superman de
Singer es una especie de continuación de aquel dirigido por Richard Donner
en 1978. Aquí tenemos al hombre de acero retornando de Kriptón, su planeta
natal, al que vio desaparecer. Por eso vuelve a la Tierra luego de cinco
años de ausencia, para reacomodarse al universo que conocía; claro que se
encuentra con algunas diferencias: sus habitantes parecen haberse olvidado
de él, su archivillano Lex Luthor (Kevin Spacey) ha salido de la cárcel y la
mujer que amaba, Lois Lane, se casó y tiene un hijo, además de haber ganado
un Pulitzer con un artículo titulado “Por qué el mundo ya no necesita a
Superman”. Singer, entonces, apuesta todo por un drama romántico con ribetes
heroicos, acerca de un tipo todopoderoso caído en desgracia por la
inestabilidad que le provoca el sentirse marginado.
O algo así. Porque
si hay una cosa que nunca logra la película es hacer pie en los temas que
toca o, al menos, roza. Comparándola con otras adaptaciones de historietas a
la pantalla, podríamos decir que para drama filosófico, le falta la
profundidad del Hulk de Ang Lee o la densidad del Batman de
Burton, y para historia romántica, carece de la química necesaria en su
pareja protagónica (Brandon Routh, como el héroe, y Kate Bosworth, como
Lane, son desabridos e insulsos), como la tenían Tobey Maguire y Kirsten
Dunst en El hombre araña de Sam Raimi.
Si bien en el
pasado este cineasta supo cómo dotar de una energía descomunal al doctor
Xavier y los suyos, aquí parece perdido entre tanta solemnidad y respeto a
un personaje al que, sí, demuestra amar, pero del modo más sumiso –esto es,
nocivo– del mundo. Salvo en la escena en la que Superman detiene un avión a
metros de que se estrelle contra un estadio de béisbol, todo lo demás luce
calculado, frío, distante, carente de emociones.
Con su gigantismo y
su despliegue visual, Superman regresa resulta un cadáver poco
exquisito. Ahí están, para demostrarlo, los segmentos de archivo fílmico que
reviven a Marlon Brando como Jor-el (el padre del héroe, personaje que
interpretó en el film del ‘78), el perverso parecido de Routh con
Christopher Reeve y la música incidental de John Williams canibalizada por
John Ottman. Puro banquete de carne muerta y abombada para satisfacer
estómagos de fetichismo inocuo.
Las chispas de
humor entre Parker Posey (como Kitty Kowalski) y Spacey, la disfrutable
insanía del Luthor que compone este último, la Lois Lane de turno, que es
mucho más moderna y vigorosa que la original (y el único personaje ciento
por ciento Singer), son las pocas excepciones que confirman la regla de un
Superman que vuela muy bajo.
Mauricio Faliero
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