Algunos bodrios son muy difíciles de
críticar. Produce un notable desinterés ocuparse de films destinados a
la insignificancia desde su nacimiento, y cuya mediocridad ni siquiera
permite que se los odie con pasión. No se trata de pasos en falso de
buenos directores ni de películas inmerecidamente prestigiosas que valga
la pena desenmascarar. Ni siquiera de oscarizadas superproducciones que se
roban todo el público con incesantes publicidades. Sí de largometrajes
industriales que –salvo escasas excepciones– recaudan lo suyo pero
nunca pelean entre los más vistos. Ultimamente, su producción se reparte
entre los géneros de acción y terror. Cuentan con actores jóvenes
generalmente extraídos de la TV y con algún actor consagrado en un papel
de reparto. No tienen una sola idea original que no sea un absoluto
disparate, sus guiones son el clisé del clisé, los dirigen
productores o publicistas con estética Telefé y sólo demuestran
inteligencia en sus traicioneras moralejas.
Bueno, Swordfish es una de esas porquerías. En este caso de
acción, producida por esa máquina de hacer chorizos que es Joel Silver.
Lo único que diferencia al film de los otros bodrios es el elenco. Hugh
Jackman (X-Men) protagoniza la historia junto a John Travolta y
Halle Berry. Dos sorpresas se desprenden de acá: que un actor de la talla
de Travolta se haya involucrado en el mamarracho y que el trío salga
airoso de semejante reto.
La primera se explica en los créditos: el coproductor del film en
dupla con Silver es Jonathan Krane, que curiosamente tiene en su haber Fenómeno,
La hija del General, Michael, Colores primarios, Contracara,
Una acción civil y Números de suerte. O sea que donde
está Krane, Travolta se prende. De la segunda hay que decir que los
rumores de que Hugh Jackman es el nuevo Clint Eastwood están muy cerca de
la verdad, y que Halle Berry puede tener un futuro artísticamente
interesante. Travolta empieza a repetirse, pero aún cae simpático.
Hay una sola secuencia atractiva, y es la primera. Comienza con un
primer plano de Travolta, que da un discurso sobre el conservadurismo de
Hollywood (!!!); cita a Tarde de perros, la coloca en el altar de
los clásicos pero le cuestiona que al final Pacino muera en vez de
escaparse. "No corrieron riesgos", dice, como si estuviera
filmando a las órdenes de Truffaut. Acto seguido se lo ve en plano
general. Estaba charlando con dos agentes del FBI, más precisamente
negociando su escape de un banco que tienen sitiado. Jackman lo acompaña.
Los rehenes están revestidos de explosivos y tienen collares que activan
las bombas si se alejan del banco. Travolta le transmite esta información
a uno de los agentes, al tiempo que un policia logra rescatar a una rehén
e intenta llevársela, sorprendido por el desesperado deseo de la misma
por quedarse adentro. El suspenso hace su (única) aparición y la onda
expansiva del estallido parece filmada por John Woo.
Pero es sólo un espejismo. Luego viene un flashback de más de una
hora para explicar cómo Jackman se metió en tamaño problema... con lo
bueno que es a pesar de todo, y lo extremista que es Travolta.
Finalmente, la resolución del asalto: un bolazo tan pero tan
grande que logra transformar el sueño de la platea en sonrisa burlona.
Con decir que me hizo acordar –no por similitud argumental sino por los
alcances del despropósito– al desenlace de Rambo, aquél en que
el héroe lloraba por la memoria de su compañero de batalla que había
volado en mil pedazos, justo delante suyo. Y mientras Rambo recogía los
trozos de su amigo, éste gritaba: "quiero irme a casa, quiero
conducir mi Chevy". Ja, ja.